DOS MIRADAS

El entusiasmo

Los niños y niñas de Antaviana me enseñan a contemplar un cuadro como un ejercicio para adentrarse en la cultura a partir de una mirada ávida de conocimiento

Un aula de un centro escolar catalán.

Un aula de un centro escolar catalán.

Josep Maria Fonalleras

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Miro un cuadro que desconocía, de Judith Leyster. Me lo descubre una amiga que es profesora en el Institut-Escola Antaviana, de Nou Barris, un centro modélico de integración que lucha contra lo que Marina Garcés denuncia: "El poder persigue ridiculizar nuestra capacidad de educarnos a nosotros mismos para construir un mundo más habitable y más justo". Me educan los niños y niñas de Antaviana porque me enseñan, en el relato que me transmite su maestra, a contemplar el 'Hombre ofreciendo dinero a una joven (1631) como un ejercicio para adentrarse en la cultura a partir de una mirada ávida de conocimiento, de placer por los detalles, de las sorpresas que se esconden en las sombras. En la misma clase -son alumnos de 1º de ESO- también hablan de Remedios Varo, un laberinto acuático y surrealista a través del cual navegamos en un tráfico en espiral hacia la muerte. Estos mismos chicos -el día de Sant Jordi- recitaron poemas y cantaron con Casasses Salvat Papasseit y llegaron a clase, bailando y gritando: "¡Salvat, no te olvidamos, Salvat!".

Hay una salvación, y es este entusiasmo sin medida, la epifanía del momento. Bergotte, un personaje de Proust, muere ante 'La vista de Delft' de Vermeer cuando descubre un trozo de muro amarillo que hasta entonces no había visto nunca, conmocionado ante el detalle que parece "una pieza de arte chino de incalculable valor". He vivido, con los alumnos de Antaviana, la misma iluminación.