La situación política en Catalunya
¿Coexistir como sociedades divididas?
Ni la República independiente catalana, ni la Constitución y nada más que la Constitución permiten iniciar el escenario reconciliador
Rafa Martínez
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración (UB)
Rafa Martínez
Hace ya bastantes meses un colega me dijo: "En Catalunya vais de cabeza a un escenario de sociedades divididas (Líbano, Balcanes, etc.)". Mi respuesta fue contundente: "En Catalunya todavía somos rivales, no enemigos". El devenir de los acontecimientos empieza a hacerme dudar. De ser cierto el vaticinio de mi colega pasaríamos del problema al drama. La solución sigue estando en nuestra mano; pero nadie parece querer buscarla.
Un 'rival' es una persona con la que competimos, bien para superarla o bien para obtener una misma cosa. No cuesta mucho entender que el ámbito de los deportes es un ejemplo magnífico de lo que la rivalidad representa. Hay un enfrentamiento reglado y una exigencia máxima de respeto al rival. Sin él no hay competición. En algunos deportes como el rugbi, casi tan importante como la competición es el llamado 'tercer tiempo'. Algo sólo factible porque la rivalidad se circunscribe únicamente al terreno de juego. Incluso, en actividades en las que la magnitud deportiva queda en entredicho como el boxeo, resulta evidente que la leyenda de Muhammad Alí no se explica sin su rivalidad con Joe Frazier. En definitiva, con los rivales se genera una comunidad competitiva que convierte a todos los contendientes en imprescindibles.
Rivales o enemigos
En cambio, cuando hablamos de un 'enemigo' nos referimos a un contrario, a alguien completamente diferente al que queremos eliminar porque se interpone entre nosotros y nuestro destino. Es obvio que es una palabra con connotaciones bélicas. En la guerra no hay rivales, hay enemigos. De ahí que tienda a decirse que todo vale, que no hay reglas. El contendiente es un mal necesario y eliminarlo me confiere seguridad, mientras que su pervivencia es una amenaza. Por tanto, al acabar con mis enemigos erradico el conflicto y accedo a mis metas. El enemigo, a diferencia del rival, no es parte de mi comunidad, sino un obstáculo.
En la política, en no pocas ocasiones, se tiende al lenguaje belicista -pugna, enfrentamiento, batalla por el poder, etcétera-; pero la realidad es que la política democrática es un juego de comunidad en el que rivalizan intereses y se trata de decidir cuál prima y cómo. Cuando los revolucionarios franceses hablaron de la ley como expresión de la voluntad general estaban hablando de la necesidad de crear comunidad, de la construcción artificial que supone ser capaz de amalgamar miles de voluntades individuales, de la imprescindible necesidad de anteponer, en no pocas ocasiones, la convivencia con mis rivales al triunfo de mis posiciones. En definitiva, en una comunidad política no sobra nadie y las soluciones de equilibrio y convivencia suelen ser complejas -nada binarias- y a casi nadie resultan plenamente satisfactorias.
En Catalunya, tras décadas de prosperidad y crecimiento económico y social integrado, estamos abandonando la rivalidad -legítima y necesaria- y derivando, peligrosamente hacia la enemistad –bélica e irreconciliable-. Así las cosas, se nos abren dos escenarios posibles: reconciliación o sociedades divididas. El primero exige que constitucionalistas e independentistas abandonen sus posiciones maximalistas; cargadas, a buen seguro, de sólidas razones jurídicas, económicas, sociales, anímicas y políticas. Ni la República independiente catalana, ni la Constitución y nada más que la Constitución permiten iniciar el escenario reconciliador. Salir del calor de la trinchera y del clamor de los tuyos te expone; pero, al mismo tiempo te abre posibilidades de enriquecimiento (cultural, económico, político). Se trata de abandonar la enemistad -muy fácil para el aplauso, pero muy incómoda para vivir- y empatizar con el rival para construir con él reglas de enfrentamiento y proyectos compartidos.
El segundo escenario es aparentemente más fácil; pero es más tenso y caro, el más empobrecedor en todos los sentidos. Doblemos todo: Instituciones, colegios, símbolos… y que cada uno se apañe con los suyos compartiendo territorio bajo la atenta mirada de unas fuerzas de interposición ubicadas para evitar conflictos. Es una enemistad en la que ninguno consigue ganar; pero que permite una cierta dignidad de cada comunidad sin 'contaminarse' con la otra. En definitiva, en los consensos entre rivales todos pierden; en cambio, en la coexistencia de los enemigos…nadie gana.
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