ANÁLISIS

Katayama es del Sparta

Un japonés seguidor de la liga checa nos parece raro en un fútbol cada vez más abierto al mundo

Pavel Nedved y Rosicky detrás, en una imagen de archivo de la Euro 2004

Pavel Nedved y Rosicky detrás, en una imagen de archivo de la Euro 2004 / .1982579

Axel Torres

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El martes me presentaron a Katayama, un japonés que vive y trabaja en Barcelona -en nada que tenga que ver con el fútbol- y que quería conocerme. Cuando llegué al restaurante, iba vestido con una camiseta del Sparta de Praga. Pensé que, como yo, coleccionaría equipaciones de los lugares a los que viajaba, pero no: Katayama era hincha del Sparta por encima de cualquier otro club en el mundo. 

En 2001, Japón vivía inmerso en una fiebre mundialista sin precedentes. Katayama era un adolescente que vivía en una pequeña población de la provincia de Okayama, lejos del estrés y la agitación de Tokyo. Como tantos chicos de su generación, contaba los días para que empezara el primer Mundial que se iba a disputar en su país y seguía con fervor las fases de clasificación que iban a configurar el cuadro final.

De este modo, se dispuso a ver un República Checa-Bulgaria que iba a determinar qué equipo accedería a la repesca como segundo del grupo de Dinamarca. Ambos conjuntos llegaban empatados a ese duelo que se disputó en el Letna Stadion de Praga, por lo que se trataba de una finalísima. Los locales vencieron por 6-0, con Pavel Nedved y Tomas Rosicky exhibiéndose, y aquella noche mágica contemplada desde miles de kilómetros de distancia hizo nacer un amor que aún perdura. 

Desde ese día, y pese a que la República Checa perdió la repesca con Bélgica y ni llegó a pisar Japón, Katayama se convirtió en un aficionado incondicional del fútbol de aquel país -y, en consecuencia, de su club dominante a principios de siglo, el único al que podía apoyar en la Champions League de vez en cuando-. Ese 6-0 es el origen que explica por qué ahora se pasa los fines de semana viendo por internet la liga checa desde su piso de Barcelona o por qué de vez en cuando viaja a Praga para fotografiarse con sus ídolos.

La anécdota me sirvió para reflexionar sobre el poder que tiene el fútbol -y más aún los Mundiales- para despertar sentimientos improbables y convertir en el centro de la vida de muchos seres humanos algo que, desde una perspectiva puramente racional, carecería de justificación alguna. Nos hacía gracia Katayama contándonos que guarda fotos de Rosicky Michal Kadlec en su móvil como oro en paño, pero… ¿no se parece su inexplicable filiación a esa simpatía que le he tenido durante muchos años de mi vida al Arsenal de Wenger hasta el punto de que sus resultados modificaran mi estado de ánimo? ¡Qué ridículo nos parece que un japonés sea de un equipo checo, pero qué incuestionable y natural que millones de hinchas repartidos por todo el mundo apoyen a los siete u ocho clubes más ricos de Europa como si les fuera la vida en ello! 

¿Lo segundo es más natural porque esos equipos dan más espectáculo? No estamos hablando de disfrutar del nivel del juego, sino de no querer cenar si tu equipo pierde. No, nos parece raro porque no eligió a un equipo ganador. Porque nunca podrá presumir de ser el mejor. Que es lo que se lleva en estos tiempos de preponderancia del exitismo.