UNA NUEVA ETAPA EN EL COLISEO DE LA RAMBLA

Adiós al mausoleo

Los ejes apuntados por el nuevo director del Liceu son acertados, y el principal es mejorar la orquesta y el coro, que son la base sobre la que se sustenta un teatro de ópera

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Rosa Massagué

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Cuando Valentí Oviedo decía este jueves en su presentación como nuevo director del Liceu que el teatro debe ser un faro y no un mausoleo señalaba indirectamente la deriva arqueológico-funeraria a la que parecía abocado el coliseo de La Rambla a consecuencia de una crisis múltiple. Las administraciones redujeron sus compromisos de un día para otro. Los directores generales se tuvieron que apañar con mayor o menor acierto. Los puntales artísticos del teatro buscaron nuevos horizontes.

Con las cuentas saneadas, el perdedor final ha sido el nivel de calidad y la ausencia de un proyecto que defina al teatro

Con las cuentas saneadas, el perdedor final ha sido el nivel de calidad y la ausencia de un proyecto que defina al teatro. Es un error seguir pensando que el Liceu es el gran teatro de ópera de España porque fue el primero que se creó y porque durante décadas no tenía rival aunque era debido a la ausencia de contrincantes. En los últimos años Valencia, sin pedigrí operístico, demostró que se puede crear una excelente orquesta (aunque lo hiciera a base de una chequera que parecía inagotable). Y en Madrid, con un teatro inaugurado en 1997 (dos años antes que el reconstruido Liceu), el Real tiene ahora un presupuesto de 55 millones de euros de los que solo una cuarta parte procede de subvenciones públicas siendo el resto fondos propios. Y sobre todo, tiene una dirección artística que programa a la altura de cualquier buen teatro de ópera europeo.

Los ejes apuntados por Oviedo son acertados y necesarios. Y el principal pasa sin duda por la mejoras de los cuerpos estables, orquesta y coro, que al fin y al cabo son la base sobre la que se sustenta un teatro de ópera. La de la orquesta ya está en marcha de la mano del maestro Josep Pons aunque le falta todavía un buen tramo para conseguir el nivel necesario, y la del coro que cada vez es más urgente, está por empezar. 

Otro aspecto que Oviedo quiere revisar es el modelo pedagógico para regenerar públicos, no solo el infantil. Cuando un amigo te cuenta que a los 9 años su abuelo lo llevó al Liceu a ver ‘Aida’ y desde entonces no ha dejado de ir a la ópera, u otro te explica cómo desde los 12 años aprovechaba el abono que no utilizaba un familiar, hay que pensar que la pedagogía hay que hacerla con los mayores, porque, como dice Oviedo, las óperas no son familiares o adultas. Son buenas o malas.

La apuesta que el nuevo director general quiere hacer por la contemporaneidad es también otra forma, absolutamente necesaria, de salir del mausoleo. Vivimos en el siglo XXI y no puede ser que conozcamos tan mal no ya este siglo sino incluso el XX. No puede ser que, por ejemplo, en una conversación alguien cite a Schönberg, y la primera reacción de quien escucha es un ‘uff’, pese a desconocer su música.

"Si tenemos proyecto tendremos recursos", dice Oviedo. Pues manos a la obra.  La música que sonó ayer en la sala Mestres Cabanes del Liceu suena bien. Muy bien. Ahora falta que la letra le acompañe y haga realidad el salto que proponía también ayer Salvador Alemany, el presidente de la fundación del teatro, de aquel "salvemos el Liceu" al "disfrutemos del Liceu".