ANÁLISIS
La intimidad del túnel de vestuarios
La resaca del clásico perdura pese a los esfuerzos diplomáticos de Valverde y Zidane
Iosu de la Torre
Coordinador de Pódcast.
Periodista. Vasco de Barcelona. En EL PERIÓDICO desde 1986. Coordinador de Pódcast. Universidad de Navarra y Universitat Autònoma de Barcelona.
Iosu de la Torre
Dos días después del clásico los seguidores del Barça y el Madrid seguían cruzándose comentarios y chanzas. En la oficina, en los bares y, especialmente, en la barra libre del Twitter. El apellido más desgastado, el de Hernández al cuadrado. Las dianas, dependiendo del mirador ubicado en las Ramblas o en la Castellana, ocupadas por Messi, Suárez, Sergi Roberto, o por Sergio Ramos, Marcelo y Bale. El 'y tú más' del reproche entre políticos poco políticos trasladado a la tertulia balonpédica donde también está claro quien luce bufanda espasmódicas.
Los futbolistas, sin embargo, en cuanto acabó el encuentro aparentaron que allí no había transcurrido ninguna batalla. Al menos por lo que se pudo ver por la tele mientras se vaciaba un Camp Nou que asistió a medias al pasillo que improvisó Piqué con fuegos artificiales incluidos.
La escena de la conversación alitósica entre Piqué y Ramos, abrazados y sonrientes, tratando de evitar que un lector de labios detectase las cortesías compartidas, fue un buen resumen de cómo se zanjó el clásico en el que la Liga ya no estaba en juego porque ya era del Barça. El central madridista enturbió el ambiente a medianoche señalando con índice tatuado a Messi. No hay peor chivatazo que el surgido de la pura mentira.
El abrazo de Piqué y Ramos como cierre
Acusó al argentino de amedrantar al árbitro cuando muy pocos han olvidado las persecuciones a los colegiados del irrepetible central madridista. Ramos, además, pudo presumir el lunes de tener en sus manos la camiseta que vistió Iniesta en el que era su último duelo con el eterno rival porque pronto volará a Japón, destino un poco más alejado de la Superliga china, esa que dicen está bajo sospecha por los fraudulentos negocios de ciertos propietarios de los clubs.
Tras la tormenta, los naúfragos Valverde y Zidane defendieron desde sus respectivos islotes la intimidad de los túneles, de los vestuarios y el mismísimo terreno de juego. Como si fueran ajenos a ese tremendo espectáculo que mantiene vivo el negocio del fútbol televisado.
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