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Hoy en día, con clínicas de reproducción, vientres de alquiler y congelación de óvulos es el cuerpo mismo lo que se puede comprar y vender, incluidos los bebés

Día de la Madre

Día de la Madre / periodico

Najat El Hachmi

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Hemos pasado un fin de semana lleno de buenos y empalagosos sentimientos maternales, celebrando esta función biológica imprescindible para la perpetuación de la especie, olvidando, quizás, que aquí y ahora ser madre es más un lujo que una decisión libre. Falta de apoyo público, estructuras familiares cada vez más reducidas, jornadas laborales maratonianas y un largo etcétera tienen como consecuencia que el deseo de maternidad sea sistemáticamente insatisfecho.

Lo decía un día una mujer en un programa de radio que llevaba media crisis en el paro y la otra media con trabajos temporales con los que no llegaba a los 400 euros mensuales de salario. Se vio obligada a volver a vivir en casa de sus padres y, ya en la treintena larga, expresaba con una lucidez escalofriante que ni siquiera podía plantearse tener hijos.

Por eso la angustia existencial del individuo puede convertirse en una prisión perpetua. Las funciones maternales (sea cual sea el sexo de quien las ejerza, tal como decía Santiago Alba Rico) derriban esta forma neurótica y asfixiante que ha adoptado la existencia en una sociedad donde parece que se han derrumbado todas las estructuras, donde impera la sospecha ante los ideales en los que creyeron generaciones anteriores y el panorama es un desierto hecho de los restos de sueños rotos. Sin esperanza no podemos imaginar un futuro y sin imaginar futuro la reproducción se convierte en un ejercicio vacío. 

Para todo y en todo momento

Pero tener hijos sigue dotando de sentido la vida, es un buen antídoto contra las crisis existenciales a las que nos lleva el ritmo del mundo contemporáneo. Y sí, sería egoísta decidir ser madre para escapar de la angustia de ser una misma, pero es una decisión que nos acerca de modo inequívoco a la vida. Nada nos obliga más a salir de nosotros mismos, encerrados en un yo eternamente adolescente que no deja nunca de mirarse el ombligo, que el tener que cuidar de otro desvalido, vulnerable, que nos necesita para todo y en todo momento.

Tener hijos no es solamente una necesidad de la sociedad para invertir la pirámide demográfica, lo es también de las madres por pura supervivencia. Agarrada a los hijos que te han salido de dentro se diría que una se hace menos alienable porque la maternidad es un verdad del cuerpo que escapa salvajemente a toda estructura de control, espacio lleno de contradicciones pero libre si se puede preservar de injerencias externas. Por eso no es extraño que haya cada vez más estrategias de capitalización de este espacio para convertirlo, como todo en el neoliberalismo imperante, en un bien que se pueda comprar y vender.

Hasta ahora este mercantilismo se ocupaba de los objetos, los millones de objetos “necesarios” para cuidar una criatura pero ahora, con clínicas de reproducción, vientres de alquiler y congelación de óvulos es el cuerpo mismo lo que se puede comprar y vender, incluidos los bebés. Un anuncio de reproducción asistida que se emite estos días en televisión lo dice ya sin disimulo: tu bebé recién nacido o te devolvemos el dinero.