Adiós a una leyenda del Barça

Gracias, Andrés Iniesta

Hay momentos de la carrera del futbolista que quedarán grabados para siempre en mi memoria

Iniesta celebra el gol marcado ante el Chelsea en Stamford Bridge en 2009.

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IBÁN GARCÍA DEL BLANCO

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La semana pasada Andrés Iniesta anunció que abandonaba definitivamente el FC Barcelona, para recalar en la liga china. Lo hizo entre lágrimas y probablemente consciente de que no solo se acaba una etapa para él, sino que simbólicamente pasamos página muchos otros. Tanto es así que, aficionado al fútbol y barcelonista como soy (aunque confieso que cada vez con menos pasión, supongo que fruto de la suma de los años y los acontecimientos), nunca había escrito nada sobre fútbol o futbolistas; y esta vez me vi motivado a hacerlo.

Afirmaba Brian Clough, el mítico entrenador del (no menos mítico) Nottingham Forest de finales de los 70, que él creía “en un concepto de fútbol diferente, uno que quizá tenga como objetivo la utopía, lo que quizá implique que soy algo estúpido. En lo referente a este tema soy un tanto estúpido, creo en las hadas”. Fruto de ello, defendía el “fútbol de moqueta” (¡en Inglaterra!), a ras de suelo: “si Dios hubiera querido que jugáramos al fútbol en las nubes, habría puesto césped allí”, concluía. Iniesta es uno de los últimos bastiones del romanticismo, en un fútbol cada vez más dominado por la mercadotecnia y la rentabilidad del dividendo. Un jugador de moqueta al que solo le falta el frac para salir al campo. Un imán que demuestra empíricamente la teoría de la gravedad sobre el terreno de juego, persuadiendo elegantemente al balón de que no estará mejor sino pegado firmemente al suelo.

Humildad y madurez

Andrés, además de un jugador superlativo, es un deportista sin paliativos en un juego que cada vez más se va transformando en otra cosa. Un futbolista adorado por los hinchas, pero también respetado y querido por sus rivales. Nos enseñan la cara más amable del fútbol esos aplausos con los que el albaceteño abandona todos los campos de España, aun después de haberle dado la peor tarde de su vida deportiva al más enconado rival. Frente a ídolos endiosados y de comportamiento eternamente adolescente, su aspecto aniñado se conjuga con una humildad y una madurez sorprendentes. Ni un escándalo dentro o fuera del campo; es el chaval que, no importa dónde esté, se sigue acordando de su pueblo y de Albacete.

Magnífico rival y salvífico compañero: Andrés es ese tipo que nunca se esconde, al que siempre se puede acudir en un apuro; el que antes de recibir el balón, ha anticipado lo que pasará en los siguientes segundos con una precisión digna de Magnuss Carlsen.

Dice el filósofo británico Simon Critchley, en ese precioso homenaje que le hace a la pasión de su vida en En qué pensamos cuando pensamos en fútbol, que el fútbol es el momento, que “el pasado de un partido se borra con rapidez y a veces cuesta recordarlo. Ese el motivo por el que ver un partido grabado resulta tan diferente”. Pues bien, hay momentos de la carrera de Iniesta que se me quedarán grabados para siempre en la memoria y, aún más, en esa parte que le sigue poniendo a uno la piel de gallina.

Andrés es el mejor exponente de una generación que nos dio los mejores años de la historia del fútbol español. La fortuna quiso que, en justicia, marcara el gol que dio a España un Mundial y que para muchos quiso significar el fin de nuestros complejos como país…lamentablemente, eso parece que tendrá que esperar.

Para mí, aparte de sus recitales de jugador de videojuego, siempre se me quedará en la retina ese gol agónico en Stamford Bridge, que a la postre significó una final y una Champions League para el Barcelona. Para un aficionado del Barça del cruyffismo en adelante, selecciono tres hitos: el gol de Bakero en Kaiserslautern, el de Koeman en Wembley y el de Iniesta al Chelsea del antipático Mourinho.

Jugar para ser feliz

Volviendo a citar a Critchley, para él entrenadores como Clough o Bill Shankly defendían lo que “consideraban la belleza, la virtud del juego frente a la venenosa influencia del dinero y el cinismo del fútbol defensivo y del patadón hacia delante”. Iniesta salta hoy al campo destilando la misma ilusión que, cuando por primera vez, siendo un crío, nos maravillábamos viéndole en esos campeonatos infantiles de Brunete. No importan el paso de los años, su destello de estrella rutilante, o sus emolumentos: como él mismo dice, no juega (por más que en un deporte limpio de otras cosas lo hubiera merecido, añado yo) “para ganar balones de oro, sino para ser feliz”. Y eso se nota.

Gracias por existir, Andrés. Gracias por hacernos creer en las hadas, como Peter Pan. Te echo ya mucho de menos y todavía no te has ido.