LA CLAVE

Cuestión de voluntad

Una democracia que logra el final dialogado de ETA sin cesiones políticas debería poder afrontar mediante el diálogo un conflicto como el catalán, libre de violencia

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ENRIC HERNÀNDEZ

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ETA ha anunciado al fin su completa disolución, tras más de seis años sin ejercer la violencia. La desaparición de la última organización terrorista europea pone punto final a cuatro décadas de horror: 850 asesinatos, 7.000 personas heridas, casi un centenar de secuestrados... A este sanguinario inventario hay que agregar a los miles de vascos que tuvieron que huir de su tierra para esquivar la muerte, a los que callaron o consintieron para no arriesgar sus vidas, a los funcionarios y políticos de toda España que convivieron con la angustia de saberse en el punto de mira de los pistoleros...

Todo ha acabado, pero entre proclama y proclama la sociedad española no debería pasar página sin extraer algunas conclusiones. ETA, en efecto, ha sido derrotada. Y, ciertamente, la democracia y la firmeza de ley se han impuesto a la sinrazón. Pero sería llevarse a engaño presumir que la lucha policial y judicial ha bastado para neutralizar un conflicto que, pese a haber degenerado en una expresión puramente criminal, tuvo en su origen raíces políticas.

Así lo han entendido, aunque no siempre lo confesaran en público, los presidentes de la democracia que exploraron el diálogo con ETA: Felipe González, en los años de plomo; José María Aznar, tras salvarse milagrosamente de un atentado; y José Luis Rodríguez Zapatero, antes de que mediara una tregua e incluso después de que esta se rompiera con el atentado de la T-4 de Barajas.

"TRAICIONAR A LOS MUERTOS"

Mariano Rajoy, que al frente de la oposición encabezó manifestaciones contra el proceso de paz y llegó a acusar a Zapatero de "traicionar a los muertos", siempre tuvo información confidencial del Gobierno sobre las conversaciones con ETA. Y al llegar al poder, ya anunciado el cese de la violencia, respetó la hoja de ruta trazada por su predecesor.

Una democracia lo bastante madura como para lograr el final dialogado del terror, sin pagar por ello precio político alguno, también debería ser capaz de afrontar mediante el diálogo un conflicto como el catalán, máxime cuando el proceso soberanista está libre del estigma de la violencia. Es cuestión de voluntad política.