La construcción de la opinión pública

De burbujas y realidades paralelas

El entorno en el que nos encontramos no es inocuo, nos influye y hasta nos presiona e intimida

ilustracion de leonard  beard

ilustracion de leonard beard / .43076247

MARÇAL SINTES

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Escribía hace unos cuantos días en estas mismas páginas, refiriéndome a la dificultad del españolismo para admitir los hechos que cuestionan su relato, que "la obstinación es marca de la casa. Se habla con frecuencia de 'la realidad paralela' independentista. En el otro bando, la burbuja tiene paredes de cemento armado". Por supuesto, refugiarse en las propias convicciones no es una tentación exclusiva del españolismo o el independentismo, o de parte de ellos, sino algo muy humano. Humano y universal.

Por ello, la célebre sentencia atribuida al británico Keynes, quien habría afirmado que "cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión, ¿qué hace usted, señor?" ('When the facts change, I change my mind. What do you do, sir?'), resulta en el fondo subversiva. La frase, que rezuma espíritu liberal y empirismo, parece impecable, ¿verdad? Primero observar atentamente la realidad, después pensar, finalmente tomar posición. Puro sentido común. Sin embargo, con mucha frecuencia lo que ocurre es todo lo contrario, y aunque cambien las circunstancias, la opinión se mantiene rocosamente inalterada.

Variar de posición no está bien visto ni entre nosotros ni en ninguna parte. Tampoco en el Reino Unido -la frase la dijo Keynes, se presume, justamente para defenderse de aquellos que le reprochaban falta de coherencia-.

La opinión pública

La lógica de la frase no sirve, sin embargo, o, mejor dicho, solo sirve parcialmente, para explicar las dinámicas que construyen y moldean la opinión pública. Que seamos animales racionales no significa que nos rijamos solo por la razón. Resulta insoslayable acudir a las emociones si queremos buscar explicaciones tanto sobre lo que opinamos como, en realidad, sobre todo lo que hacemos las mujeres y los hombres.

Un elemento clave para entender la opinión pública es, justamente, este adjetivo: 'pública'. Significa, entre otras cosas, que no pensamos solos, individualmente. Pensamos en el seno de un colectivo, un grupo, una sociedad. Los nuestros. Quien primero se dio cuenta de ello y proporcionó pruebas de los efectos asociados fue la socióloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann. Su teoría es conocida como 'la espiral del silencio' y apunta que el motor de la opinión pública es el miedo de todo ser humano a sentirse aislado.

Esto provoca que aquellos que más hacen oír su voz -no necesariamente la mayoría- puedan generar dinámicas que incrementen su poder. Para entendernos: es difícil, en un grupo en el que unos cuantos censuran la religión con vehemencia, declararse creyente practicante. O pronunciar un alegato comunista ante un auditorio claramente de derechas. Etcétera. Lo más probable es que callemos.

Espiral del silencio

De ahí 'la espiral del silencio'. Si lo meditamos seriamente, todos caeremos en la cuenta de que esto ocurre. El entorno no es inocuo. El entorno en el que nos encontramos nos influye, incluso quizá nos presiona, intimida. No necesariamente intencionadamente, sino a través de detalles, gestos. Los humanos poseemos una especie de antenas que nos informan de si lo que pretendemos decir o hacer encaja o bien desentona en una situación y un contexto determinados.

Tenemos tendencia a rehuir el aislamiento y, por supuesto, el conflicto. El conflicto con los que tenemos cerca, pero también el conflicto con nosotros mismos. Es por ello que nos desagradan, consciente o inconscientemente, aquellos hechos o argumentos que ponen en duda lo que nosotros previamente hemos decidido creer. Nos incomoda lo que se ha bautizado como 'disonancia cognitiva'. Contrariamente, nos gustan, y, en consecuencia, ejercen una función reforzadora, aquellos elementos que contribuyen a darnos la razón, a confirmar (nos) lo que creemos.

Las redes sociales

Tenderemos, pues, a rehuir la 'disonancia cognitiva' y a buscar la autoafirmación, una operación que, cabe señalar, las tecnologías digitales nos facilitan enormemente, en la medida en que internet y las redes sociales nos brindan toda clase de herramientas de personalización, de selección. Es fácil situarnos en una especie de burbuja en que todo parezca ir a favor nuestro, a darnos la razón. Lo analiza brillantemente, entre otros, el estudioso de la web Eli Parisier en su interesantísimo libro 'The Filter Bubble' (traducido al castellano como 'El filtro burbuja').

Existe en sociología un teorema conocido como el 'Teorema de Thomas', según el cual si consigues que algo parezca real, sus consecuencias serán reales, dado que las personas y los grupos suelen adaptar sus comportamientos. Tiene mucho que ver con la llamada 'profecía autocumplida'. Y revela por qué algunos altavoces -políticos, mediáticos, económicos, sociales- insisten una y otra vez en su relato, sin dejar que nada los altere y aún menos los agriete. Es un principio que, intuitivamente o conscientemente, todo propagandista conoce. En su versión más simple y más esquemática podría asimilarse a la antiquísima idea de que una mentira muchas veces repetida puede terminar convirtiéndose en verdad. O, para ser más exactos, siendo admitida como cierta.