ANÁLISIS

Queremos tanto a Iniesta

Por su fútbol exquisito en estos 16 años en el primer equipo y los 31 títulos que ha conseguido y esa esencia del jugador formado en la Masía

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Jordi Puntí

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Piel de gallina. Ojos llorosos en el banquillo, minuto 88. Queremos tanto a Iniesta y su fútbol exquisito, estos 16 años en el primer equipo y los 31 títulos que ha conseguido (pronto 32), esa esencia del jugador formado en la Masía, que hasta ahora nos resistíamos a creer los rumores de que dejará el Barça a final de temporada. Lo decían incluso los chinos de la tienda de la esquina, pero esperábamos que fuera un rumor infundido, una falsificación, y en el fondo esperábamos que Iniesta se quedara. “Un año más, solo uno, y luego ya veremos”, nos decíamos los aficionados, y luego intentábamos convencerle coreando su nombre en el Camp Nou.

En realidad, es probable que Iniesta se esté marchando desde hace tiempo. Cada vez que una de esas lesiones puñeteras mermaban su talento y acortaban sus minutos de juego, empezaba a tomar un poquito esa decisión. Sin embargo, ayer su forma de demostrarlo tuvo aires de paradoja, como uno de esos regates suyos que desafían la lógica: Iniesta empezó a marcharse ayer quedándose más que nunca, dejando un partido redondo, de principio a fin, que le honora una vez más como ese jugador maravilloso, que tiene el raro privilegio de encandilar incluso a la afición rival. Dejó dos asistencias y un gol tan bello que recordaremos para siempre, pero consiguió además otra cosa: que a su alrededor el equipo jugara con la confianza y la calidad de los mejores recuerdos.

Una actuación excelsa

Todos los jugadores, del primero al último, ofrecieron una actuación excelsa, individualmente y en conjunto, presionando y combinando, y no sabemos si era una forma de intentar convencer a Iniesta para que se quedara o, más lógicamente, como un homenaje en tiempo presente: aprovechar al máximo los días que les quedan al lado del maestro. Desde Cillessen lanzando el pase del primer gol, como un quarterback, al taconazo de Alba para habilitar a Messi, a la lucha con recompensa de Suárez, a la intensidad defensiva o el control absoluto de Rakitic y Busquets.

Uno de los grandes momentos de la noche fue el largo abrazo de Iniesta y Messi tras el gol del manchego. Desde que el balón salió de los pies del argentino, la jugada tenía la intención de resumir todos estos años de compartir una idea del futbol. Un diálogo de visionarios.

Con la excepción de Ronaldinho al principio de su carrera, nadie ha entendido mejor el juego de Messi que Iniesta. Sin embargo, en el repertorio de jugadas que han hilvanado juntos, hay un lance de juego que pasa del todo desapercibido y en cambio tiene su importancia.

Lo vimos en una ocasión. En el centro del campo, Messi toca en corto para Iniesta, que la devuelve a Messi, y este se la devuelve a Iniesta, que se la devuelve a Messi, que la devuelve a Iniesta, y etcétera. Son siete u ocho pases inofensivos, casi de calentamiento, pero incrustados en el fragor del partido, con los rivales tan cerca, se convierten en un reconocimiento mutuo: como si necesitaran dejar la huella de la simplicidad del futbol.

Son un ejemplo de la materia prima --el pase-- que ellos luego saben convertir en arte. Por eso también queremos tanto a Iniesta. Piel de gallina.