LA CLAVE

Las prisas

Política y justicia están siendo víctimas de la aceleración del tiempo en el conflicto catalán

Cristóbal Montoro

Cristóbal Montoro / periodico

Albert Sáez

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Las prisas son malas consejeras, dice la sabiduría popular. Buena parte de las desgracias actuales del independentismo le vienen de aquellos primeros movimientos en 2012, cuando el dúo formado por Artur Mas y Francesc Homs (que por cierto en una semana deja de estar inhabilitado) alentó la hiperventilación independentista con el famoso lema “tenemos prisa” que los llevó a convocar a toda prisa unas elecciones que perdieron aunque ganaron. Pero la prisa no es patrimonio de una de las partes en este conflicto. El inmovilismo siempre ha pensado, a pesar de su inacción, que los atajos podrían solucionarles el problema porque, como Mas y Homs, siempre han tratado al independentismo como un calentón. La realidad sigue ahí tozuda y el suflé es ahora un pastel solidificado de dos millones de votantes. Y la prisa ha llegado finalmente a la justicia, persuadida por una parte de la opinión pública española de que sacando las guindas de los líderes, el pastel se deshará. De la prisa surge la acusación del delito de rebelión porque es la manera más rápida de suspender como diputados a los actuales presos de manera que dejen de ser políticos. De la prisa surge la chulería de Montoro desde septiembre del 2015 cuando empezó a soltar el mantra de que la Generalitat no gastaba ni un euro en el 1-O cuando posiblemente aún no se había mirado todos los papeles. Y de la prisa surgen los informes de la Guardia Civil en los que se mezclan algunos pagos, por ahora pocos, con muchas reservas de crédito que será muy difícil que acaben sustentando en un juicio un delito de malversación que, además, en Alemania fue sustituido hace un par de décadas por el de apropiación indebida.

Mucho hemos reflexionado sobre la aceleración en la circulación de la información que está en la base de la epidemia de fake news fake newsque sufrimos. Pero menos hemos hablado de cómo esa hiperaceleración de la información contagia a la política, a la economía, a la ciencia o a la justicia. Porque en todo caso no hay que confundir la prisa con la diligencia, la primera esconde precipitación y la segunda todo lo contrario.