ANÁLISIS

Hasta que nadie la eche de menos

Demasiados políticos aún no han aprendido a hacer política sin usar el terrorismo

Pintada con el anagrama de ETA en Etxerri-Aranaz, en diciembre de 1999.

Pintada con el anagrama de ETA en Etxerri-Aranaz, en diciembre de 1999. / .381073

Antón Losada

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La sociedad vasca y la sociedad española se liberaron de ETA hace casi una década. Cuando todos constatamos que su derrota resultaba tan total e indiscutible que no le quedaba ni la coartada de los presos para mantener prietas las filas. Desde entonces, ETA está haciendo lo único que puede hacer: márqueting y propaganda para facilitar a los suyos un relato que les ayude a aceptar la terrible realidad de que, tras tantas décadas de odio, muerte y miedo, solo quedan el vacío, la depravación y la certeza de su inutilidad.

La izquierda aberzale también hace lo único que puede: alabar cada gesto de ETA como si se tratara de un paso histórico para la humanidad, cuando saben que solo supone otro avance hacia esa disolución que les librase por fin de la pesada y alargada sombra de los pistoleros. ETA lo hace como sabe: tarde y mal, pidiendo perdón a cambio de una absolución que nadie le va a dar y ofreciendo respeto a las victimas a cambio de una paz que ya no depende de ellos ni necesita su permiso. Seguramente no se le pueda exigir mucho más y convenga ser pragmático y mirar hacia delante. A la izquierda aberzale y a lideres como Arnaldo Otegi sí se les puede y debe exigir más, porque ellos saben hacerlo mejor y saben qué deberían hacer.

El último comunicado de la banda no debería ocuparnos más tiempo que el que nos lleve decir que el único comunicado que esperamos es el de su disolución. ETA ya no marca ni nuestra agenda ni nuestras vidas. No deberíamos caer en el error de concederle el control de relato ni cinco minutos, aunque sea para empeñarnos en el esfuerzo inútil de rebatir que no existen víctimas merecidas e inmerecidas. El terrorismo etarra ya no está en nuestras calles ni en nuestras sociedades, donde se abre paso con fuerza la voluntad de reconciliación y paz.

El terrorismo solo sigue vivo en nuestras políticas, solo allí sigue blandiéndose con demasiada frecuencia como arma arrojadiza para señalar y estigmatizar al discrepante, al disidente, a quien no piense igual o quiere algo diferente. Sigue habiendo demasiados actores y portavoces que aún no han aprendido a hacer política sin usar el terrorismo y se empeñan en continuar empleándolo para dividirnos en buenos y malos, amigos y enemigos, socios y cómplices.  Solo eso puede explicar que las causas por delitos de terrorismo se hayan quintuplicado durante los últimos cinco años, o que casi a diario tantos se empeñen en reintroducir las categorías propias del terrorismo y su violencia para calificar acontecimientos y procesos políticos que simplemente no les gustan.

Ahora que se acerca la disolución del fantasma de ETA, seguro que ha llegado la hora de matarla por fin y exigir a unos cuantos entre nuestros políticos y gobernantes para que, de una vez, dejen de revivir su espantajo por puro interés partidista o electoral. Están en el país equivocado si tanto echan de menos hacer política con el miedo, la violencia y el odio. Nos liberamos de eso hace tiempo.