La gestión de un sector en crisis

El fin del modelo cultural catalán

El cambio exige redefinir los parámetros territoriales, asumir las contradicciones de una realidad bilingüe y ampliar la demanda interna para mejorar su sostenibilidad

ILUSTRACIÓN FRANCINA CORTÉS- 16 abril

ILUSTRACIÓN FRANCINA CORTÉS- 16 abril / periodico

XAVIER MARCÉ

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En los años 90 una gran confluencia de ideas y estrategias permitió definir las bases de un modelo cultural catalán. Las bases de este planteamiento provenían de un municipalismo muy activo, de la recuperación de un mapa cultural de grandes equipamientos que venía predibujado desde la Mancomunitat y de un diseño tecnocrático realizado por un importante sector de gestores altamente implicados en el diseño de las políticas culturales muy especialmente del PSC, pero también alrededor de CiU

Ya en los años 80 el planteamiento de la acción sociocultural en Catalunya fue distinto del que predominaba en España. En aquellos años, el PSOE ponía en valor las Universidades Populares; un modelo copiado de Alemania que jamás funcionó en una Catalunya influenciada primero por las Maisons de Culture francesas y, posteriormente, por ejemplos ingleses como los Centros Cívicos. En aquellos primeros años de democracia el debate entre la animación cultural o la gestión de la cultura dependía de lo viajados que fueran sus protagonistas, por eso no debería extrañarnos la enorme influencia de redes y organizaciones culturales europeas como Trans Europe Hallee, la Federación Léo Lagrange, ARCI, etcétera, en el desarrollo cultural catalán de los años 80. 

Aun subiendo los presupuestos culturales, la principal responsabilidad de las Administraciones se limitará a atender los déficits de unos equipamientos y servicios deficitarios

Pérdida de liderazgo

La idea de un modelo cultural propio tenía, obviamente, un contexto de subsidiaridad y el proceso institucional catalán corría más rápido que en España. A falta de tradición, las políticas culturales y la cultura propiamente dicha libraron en los años 80 una cruenta batalla que obviamente ganó la política. La 'movida madrileña' no fue el reflejo de una política cultural, mientras que la pérdida del liderazgo catalán sobre la cultura española sí lo fue.

En esos años 80 marchan a Madrid las principales multinacionales de la música, la factoría cinematográfica catalana cambia de protagonistas intentando emular, con una nueva generación de cineastas, la ya veterana Escuela de Barcelona, se abre un debate lingüístico entre literatos catalanes que explotará años después en la Feria de Frankfurt  y el rock catalán, tan popular como esterotipado, le gana la partida a las músicas experimentales de Zeleste y a lo que quedaba de la 'Nova Cançó'. En realidad todo ello no era otra cosa que el reflejo de una política cultural todopoderosa que luchaba por hacerse con el control de la producción artística y por el diseño cultural del país.

Con el referente teórico de un mercado potencial de habla catalana y en el contexto de un lento desarrollo de las políticas culturales españolas, el modelo cultural catalán funcionó a la perfección durante dos décadas. Siempre dentro de unos topes presupuestarios limitados, pero mucho más generosos que en cualquier otro territorio español, la producción en catalán progresaba adecuadamente y la actividad realizada directamente en castellano o traducida tenía buena entrada en España, dado el prestigio acumulado por unos estándares de producción que garantizaban un diferencial de calidad a partir de mayores ayudas públicas. 

Tripartito y esplendor

El momento de máximo esplendor de este modelo se da en el primer tripartito donde, a un notable incremento presupuestario, se le añade una desinhibida voluntad de liderazgo cultural estatal muy propia de la visión 'maragalliana' de la España asimétrica. El segundo tripartito inicia, primero con timidez y poco a poco sin disimulo, una política crecientemente identitaria, que le plantea un pulso cultural al Estado. Después llega la crisis, las reducciones presupuestarias, la subida del IVA cultural y el desplazamiento de la cultura hacia la periferia de las políticas públicas promovido desde la posición extremadamente liberal del PP.

En la actualidad se constatan dos realidades: la primera es que la cultura catalana es extremadamente dependiente de las políticas culturales. La segunda es que los cambios tecnológicos y la aparición de un espacio cultural global limitan el potencial de un mercado local basado en una supuesta unidad lingüística y en una industria poco sostenible. Aun subiendo los presupuestos culturales públicos de manera exponencial la principal responsabilidad de las Administraciones se limitará a atender los déficits de unos equipamientos y servicios públicos deficitarios y sobredimensionados (en términos de gestión, que no de producción de contenidos) que poco pueden aportar a la mediación y promoción cultural.

Repensar el modelo cultura catalán supone definir de nuevo sus parámetros territoriales, asumir las contradicciones de un realidad bilingüe para multiplicar el potencial internacional de nuestros creadores en términos de calidad y competitividad y sobre todo ampliar la demanda interna para mejorar su sostenibilidad.