ANÁLISIS

La deliciosa excusa del Bernabéu

Olviden a Michael Oliver. Nos pegaron bofetadas en los dos carrillos pese a que nuestras dos opciones, el Barça y esa especie de franquicia suya llamada Manchester City

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Antonio Bigatà

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Es un árbitro inglés y se llama Michael Oliver. Lo que decidió en el Bernabéu nos gustó porque fue como una gran excusa. Nos encanta autoengañarnos; cuando estamos hundidos en la amargura  ¿por qué hemos de ser puñeteramente racionales? Son cosas de nuestra raza.

Cuando no entendemos o no queremos entender las razones de una cosa fabricamos una excusa. Forma parte de nuestra ley natural, de las reglas no escritas tanto de nuestra política como de la religión atea que de hecho profesamos. Michael Oliver por  unas cuantas horas es más culpable de nuestro dolor que la horteridad infinita de Cristiano Ronaldo, que los sospechosos manejos que urde Florentino y, por supuesto, que los errores que cometemos. Como dicen los malos del PP, hay que defender" a los nuestros y a lo nuestro", así, sin matices.

El señor Oliver tiene un empleo difícil. Seguro que a veces acierta y a veces se equivoca, que hay ocasiones en que es honrado y otras en que no, y que tiene menos maldad militante que Mateu Lahoz. Debe ser bastante similar, en definitiva, al tipo que vemos cada mañana en el espejo al arreglarnos la barba. Pero es buen momento para echarle la culpa de nuestra desdicha pues hundidos hasta el cuello no hay ninguna razón para tomarnos la molestia de ser escrupulosamente racionales.

Nos han golpeado y Michael Oliver era el que pasaba por allí. Creo que no fue penalty pero lo pitó. Estaban a punto de eliminar al Madrid en la Champions y lo impidió. Nos privó del Consuelo Infinito por lo que nos había pasado el día anterior con la Roma (así como por las derrotas cotidianas en todo tipo de batallas que acumulamos desde que nos parieron). Queremos justicia estricta  y él concedió precisamente al Madrid una amnistía más ilegal que ese master inexistente que tanto nos alegra.

Un 0-3 en el Bernabeu destrozando las sonrisas de su palco era como un 155 justo y merecido, pero hay finales felices que sólo pasan en las pelis de Walt Disney. Sin embargo, ¿acaba ahí todo lo de esta semana?

Cúmulo de preguntas

¿Acaba ahí? Y volvemos a las preguntas de siempre: ¿existe la suerte, fue suerte, fue un milagro, fue un negocio? O a una cuestión dolorosa: ¿la suerte, el milagro o el negocio van a beneficiar siempre a nuestro enemigo? O a otro tema bastante más trascendente : ¿hay otra vida -diferente, justa- después de ésta? O el resumen de todas las preguntas: ¿Por qué la ley de la gravedad tiene tanta puntería que la piedra más pesada y con más aristas siempre cae en nuestra entrepierna?

Como comprenderán, después de haber llorado alrededor de la excusa dejaremos para otro día analizar el porqué de que lo que tenía que ser el Gran Martes de Messi y Pep  acabase siendo un festival de decepciones en el que triunfaron especialmente la vista contratadora de Monchi  en la Roma y el desparpajo táctico del LIverpool de Jurgen Klopp.

Porque esa es la cuestión. Aunque todos sepamos que el fútbol es un juego en el que siempre se puede perder haciendo bien las cosas, aumentan las probabilidades de derrota si vas sumando pequeñas equivocaciones a cobardías conservadoras y a errores psicológicos acomodaticios. Olviden a Michael Oliver. Nos pegaron bofetadas en los dos carrillos pese a que nuestras dos opciones, el Barça y esa especie de franquicia suya llamada Manchester City, sean dos equipos buenísimos. Pero cometieron fallos (más Valverde que Guardiola) y ellos tendrán que trabajar a fondo para subsanarlos y nosotros para ayudar a entenderlos .

Valverde, Messi y el agujero negro

Valverde lleva tiempo consintiendo que sus jugadores combinen con brillantez pero sin buscar realmente el gol si no lo necesitan imperiosamente. Es un auténtico Agujero Negro para el Barça ahora que el fútbol  se disputa a altísima intensidad. Ante la Roma alineó un once de contemporización como si creyese demasiado en el 4-1 afortunadísimo del partido de ida. Únicamente puso en el campo hombres idóneos para atacar cuando la eliminatoria ya estaba perdida, e incluso Messi hizo lo que pudo pero sin matarse, como confiando en que no acabaría pasando nada malo. Costó caro. Por culpa de esa actitud esta temporada acabará con un sensacional triunfo en la Liga que, por cierto, al barcelonismo le parecerá un éxito insuficiente porque se ha caído sin ninguna grandeza en la Champions .