AUTOR ETERNO

De nuevo, poeta en Nueva York

Lorca ha vuelto a su «Babilonia trepidante y enloquecedora» como una estrella del rock con el éxito de una versión extrema de 'Yerma'

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Josep Maria Pou

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Desde que las obras de Federico García Lorca pasaron a ser de dominio público en el 2016 (80 años y un día después de su muerte), y desaparecida, por tanto, la posibilidad de control, veto y tutela por parte de los derechohabientes, han aumentado de manera muy notable los acercamientos de muchos creadores que releen la obra desde ángulos muy personales y, en ocasiones, muy extremos. Es el caso, por ejemplo, de la 'Yerma' que triunfa esta primavera en Nueva York, descontextualizada de cualquier esencia que pudiera remitir a España, menos aún a Andalucía, y menos aún a cierto tiempo pasado.

Por el contrario, en la propuesta del director Simon Stone, Yerma es una mujer de éxito, directora de un periódico de tirada nacional, felizmente casada, que se mueve en ambientes liberales de clase media alta en el Londres actual (el montaje se estrenó previamente allí) y que, rozando la treintena, decide que es momento de formar una familia. Surge entonces el conocido problema de la infertilidad. Yerma (llamada Ella, en esta versión) decidida  a tener un hijo, hará «cualquier cosa» para conseguirlo. Y «cualquier cosa» significa, en este montaje, «lo que sea, sin límites».

Hay algo sin edad y sin tiempo en el deseo biológico de esa mujer, algo que nos recuerda que seguimos siendo simplemente animales. Encerrada en paredes de cristal, Yerma-Ella es, para el espectador, puro objeto de vivisección, y la maliciosa palabrería de las lavanderas de la obra original se convierte aquí en bits de información navegando por el río 'metomentodo' de internet.

Nueva York se ha rendido ante esta relectura. Como se rindió en octubre de 1972 ante la 'Yerma' de Núria Espert y Víctor García, que –cosas del destino– se representó en el mismo teatro que la de ahora, con parecidos, sino idénticos, recibimiento y conmoción.

Lorca, poeta en Nueva York, ha vuelto a su «Babilonia trepidante y enloquecedora» como una estrella del rock: con colas de días a la puerta del teatro y la excitación de no perdérselo por nada del mundo.