ANÁLISIS
La utilidad del incendio romano
Sería necesario que entre todos se recordaran las señas de identidad del club, ahora mismo extraviadas
Albert Guasch
Periodista
Albert Guasch
Nos habíamos acostumbrado a ganar por inercia, se había normalizado la victoria con sabor a menú de mediodía, hasta que nos envenenamos en Roma. Nos habíamos acostumbrado a hablar de oficio, como si fuésemos italianos de tradición, aceptando el canje del buen juego por el resultado, porque el trato no nos privaba de las exhibiciones majestuosas de Messi. Hasta la caída imperial en la Champions.
A la vista de las llamas, conviene romper silencios auto impuestos, repasar conceptos y aclarar qué se quiere ser.
El murmullo de las últimas semanas perjudicaba a Ernesto Valverde. Es un 'amarrategui', se le ha reprochado. Es más de verlas venir que de tomar la iniciativa, precavido más que expansivo. Y todo ello que se ha ido diciendo con voz templada, se amplifica tras el incendio romano. Y ahora se va a vociferar entre manteles en muchas mesas de Barcelona. En Roma se quedó paralizado como un ciervo ante los faros de un automóvil, que le atropelló. Queda claramente dañado.
Días de introspección
Al reservado Valverde se le respeta porque levantó al equipo de la cama de la UCI. Eso conviene no perderlo de vista. Y se le asignan nobles rasgos de personalidad con las que son fáciles de empatizar. Y pese al descomunal costalazo en la Champions que mantendrá a la entidad aturdida durante un tiempo, la temporada avanza hacia un saldo más que positivo, sobre todo si la Liga se remata con la Copa.
Pero sería necesario que alguien con autoridad le recordara las señas de identidad del club. Que el 4-4-2 y el doble pivote pueden usarse en momentos puntuales pero sería aconsejable que no se hicieran estructurales en el primer equipo. Soslaya la esencia de los mejores años y lamina el exhaustivo trabajo que se labra en la Masia, ahora mismo desconectada del Camp Nou, y que se sustenta en el axioma guardiolista de las tres P (presión, posesión y posición). Que esa persona con autoridad le recordara que la vulgarización no es aceptable. Y que al final esto trata de emocionar, entretener e ilusionar. De lo contrario, el botón de Netflix se hará demasiado tentador. La desconexión será nuestra.
Necesita el técnico la complicidad de los jugadores, repentinamente desfondados y desorientados. También la ayuda y la claridad de los dirigentes. Y entre todos hacerse una pregunta fundamental. ¿Se quiere o no recuperar lo que ha distinguido al equipo en la última era?
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