LA CLAVE
Banalizar la violencia
En sus respectivas narrativas, el juez Llarena y los propagandistas del 'procés' tienden a trivializar los riesgos que amenazan la convivencia
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
Mucho se ha comentado el varapalo que la justicia alemana ha propinado a Pablo Llarena al desechar el cargo de rebelión contra Carles Puigdemont. Menos atención se ha prestado a otro auto, no menos relevante, que pone en tela de juicio la instrucción del juez del Supremo: el procesamiento en la Audiencia Nacional del exmayor Josep Lluís Trapero Josep Lluís Trapero y la antigua cúpula de Interior por sedición y organización criminal, pero no por rebelión.
Como el tribunal germano, la jueza Carmen Lamela no aprecia que los preparativos del 1-O se acompañasen de violencia, o al menos no en grado suficiente para sustentar una causa por rebelión. Fabulosa paradoja: la justicia culpa al Govern cesado de haber liderado un alzamiento violento pero excluye del mismo a los Mossos, su cuerpo armado.
Equiparar el ejercicio de la fuerza y la (supuesta) amenaza de ejercerla, dudosa pirueta jurídica de Llarena, supone banalizar la violencia y facilitar así su real aparición. Como tachar de violencia de Estado la estopa que la Policía repartió el 1-O, siendo esta intolerable, y al tiempo obviar la mutilación a manos de los Mossos de manifestantes como Ester Quintana.
Cierto que, según testificó la policía catalana, Carles Puigdemont despreció sus advertencias sobre el riesgo de altercados el 1-O. Pero de ahí a culparle de los excesos policiales, convirtiendo a víctimas en victimarios, media un abismo al que el tribunal de Schleswig-Holstein no ha querido asomarse.
EL ‘JI-JI JA-JA’
Pese a algunos episodios afortunadamente aislados, tampoco es de recibo asociar a todos los CDR con la ‘kale borroka’, como hacen algunos para ahormar su frágil narrativa sobre la violencia. Cortar carreteras es un incordio para muchos y asaltar peajes, un ataque a la propiedad privada, pero no terrorismo de baja intensidad.
Otra cuestión es que, como alertó el jefe de los Mossos a Roger TorrentRoger Torrent, presidente del Parlament, la naturaleza desjerarquizada de los CDR pueda propiciar, en efecto, brotes violentos. Amenaza que el propagandismo procesista, tan dado al ‘ji-ji’ ‘ja-ja’, no debería trivializar. Con la convivencia en juego no cabe bajar la guardia.
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