El debate soberanista

Atreverse a acordar

En Catalunya se hace cada vez más necesaria la ingeniería de quienes quieren mantener los puentes

Miquel Iceta

Miquel Iceta / ELISENDA PONS

IDOIA MENDIA CUEVA

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Han vuelto. Cada vez que se requiere entendimiento, asoman los intolerantes. Cada vez que se pide la palabra, se esgrime la amenaza. Cada vez que se buscan soluciones, aparecen las agresiones. Pero si algo tenemos aprendido, dolorosamente aprendido, en el socialismo vasco es que contra el miedo solo queda ejercer y construir libertad, resistir para construir, y hablar cuando te quieren callar. Por eso respaldamos la valentía del socialismo catalán que, en medio de tanto ruido, se sigue atreviendo a decir que lo que Catalunya necesita es un acuerdo político que asuma la pluralidad del país.

Porque es hora de que de una vez vuelva la política. Es hora de que todos los que se presentaron a unas elecciones hace tres meses demuestren que saben que a nadie los ciudadanos les confirieron la capacidad de imponer su modelo de país y sociedad. Que los órdagos y los maximalismos partidistas están jugándose con los derechos de la ciudadanía, con su prosperidad, con la convivencia. Que es imprescindible que se alcen voces, como la de Miquel Iceta, para reivindicar la posibilidad de acordar sin tener que renunciar a tus ideas, a tu forma de sentir tu ciudad ni tu país. 

Las patrias no se pueden sobreponer a los ciudadanos. El desafío no sirve para atender a la gente en el ambulatorio, ni consigue maestros en las escuelas, ni protege al que peor lo pasa. Los problemas sociales, los retos de futuro, no los arreglan la independencia ni la indisoluble unidad de la nación española. Se arreglan con propuestas para regenerar el país, recuperar derechos sociales y buscar el acuerdo para que los catalanes sigan sintiéndose cómodos en el proyecto común de España y Europa. Los nacionalistas siempre mostrarán incomodidad, porque sus fines últimos son otros, pero deberán entender que los fines últimos de una parte muy respetable no pueden tomarse por el todo y, desde luego, no pueden saltarse las normas. Se pueden cambiar, pero no saltar.

No asomarse al precipicio

En Euskadi nos costó demasiado llegar a ese punto de acuerdo. Hoy los nacionalistas siguen reivindicando sus fines últimos. Pero desde el socialismo hemos hecho una apuesta inequívoca por no asomarnos a los precipicios a los que se nos quiso empujar hasta la aniquilación política. Nunca nos rendimos, ni ante la agresión física, ni ante el aislamiento social. Hoy la sociedad vasca, de forma abrumadora, se muestra escarmentada. Y cuando se le pregunta por lo que hoy padece la ciudadanía catalana, incluso entre quienes se sienten independentistas, no se quiere reflejar en ese espejo. Para el PSE-EE es una inmensa victoria saber que, después de todo lo padecido, de tantos compañeros asesinados, tantos concejales señalados, ha sido posible hacer un país donde nadie se sienta excluido por las decisiones de su gobierno. 

Sí. Ejercer el socialismo en Euskadi no ha sido solo una tarea heroica. Ha sido una tarea de tejer convivencia, hasta lograr que los únicos límites a la libertad de todos y todas, de nacionalistas y no nacionalistas, son las reglas que nosotros mismos hemos pactado. Ha sido una tarea en la que ha habido que correr riesgos físicos y políticos. Ha sido una tarea valiente, porque lo valiente, lo arriesgado hoy es atreverse a acordar. Yo quiero para Catalunya lo que quiero para Euskadi. Reivindico la política, el acuerdo, el consenso, la pluralidad y convivencia. Huyo de las banderas que ocultan los problemas reales de los ciudadanos. Y reivindico un proyecto compartido con Catalunya y el resto de los pueblos de España que reconozca nuestra diversidad. Cuando la política catalana parece atrapada entre quienes solo levantan diques de contención y quienes se limitan a manejar las piquetas, se hace más necesaria la ingeniería de los que quieren mantener los puentes entre quienes sienten de forma diferente su misma tierra.

El último baluarte

Esa actitud valiente del PSC, a pesar de las presiones, amenazas e insultos, es la que permite que no colapsen todos los caminos. Cuando el pasado septiembre los gobernantes independentistas dinamitaron el autogobierno y abdicaron de sus responsabilidades, los alcaldes y concejales socialistas fueron el último baluarte de los ciudadanos y funcionarios en sus ayuntamientos.

Y la experiencia vasca nos enseña que la resistencia desde cada rincón, cada ayuntamiento, cada casa del pueblo, fue el cimiento imprescindible para conquistar la libertad. La propia y la del conjunto de una sociedad. Era diversa antes, lo sigue siendo ahora. La diferencia está en saber reconocerlo y aprender a pactar