Al contrataque

'José Franquistán'

Sacristán habla con la acritud de quien ha visto suicidarse a la izquierda española una vez y otra

Juan Soto Ivars

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Hace cosa de un año y pico fuimos a ver a José Sacristán. 'Muñeca de porcelana'. Algo así. Barcelona estaba empapelada de carteles que aseguraban que Sacristán iba a aparecer en el escenario. Suspicaces, sacamos las entradas para sentarnos hora y media con la esperanza de que aquello no fuera una estafa piramidal. Pero Sacristán apareció. Interpretaba a un banquero maligno. Su voz se empotró en la última fila como un trailer de nueve ejes. Nosotros, que no tuvimos el privilegio de asistir al Wembley de Queen en el 86, que por vagos no llegamos ni a ver el último concierto de Los Suaves, estábamos viendo a José Sacristán.

Pertenece a una raza en extinción, la de los actores que labraron su carrera en el páramo cinematográfico de la dictadura y chapotearon en la cutrez hiperbólica del destape sin perder el talento ni las ganas de trabajar. Comparados con los pijos de Hollywood, las delicadezas de Sundance y gasas exclusivas de Cannes, estos tipos eran lumpen proletariado. Sacristán es además un hombre cultísimo y un izquierdista de coherencia marmórea. A sus 80 no tiene miedo de nadie y no se corta un pelo. Cada vez que un periodista le pone un micrófono delante suelta lo que muchos no se atreven a decir. Sus críticas a la izquierda actual siempre escuecen. Y saltan los meapilas para quitarle su carnet.

Estos días, un par de entrevistas (más bien un par de titulares) han colocado a Sacristán en la peana de los odios de la red. Ha dicho en un medio que los miembros del Govern catalanes no son presos políticos como los de Franco, y en otro periódico le ha afeado a los podemitas su histeria lingüística, su cansina y contraproducente guerra cultural. Diversos extremistas de cada barrio se han lanzado contra él y lo han acusado de 'pollavieja', de facha, de 'señoro' y de traidor.

Escuchar y tomar apuntes

Según me han dicho, aunque esto no he podido confirmarlo, alguno con talento para la greguería lo ha rebautizado en la radio como 'José Franquistán'. Nada nuevo ni inesperado. Tan livianos los insultos como los elogios de los defensores.

Pero conviene aprovechar el episodio para recordar a los pajilleros de la indignación que Sacristán habla con la acritud de quien ha visto suicidarse a la izquierda española una vez y otra. Harían mejor mis congéneres adánicos en escuchar con atención lo que dice y tomar apuntes, en lugar de perder el culo por enmendarle la plana a cambio de unos cuantos retuits.

Sacristán no es demasiado viejo para entender el mundo, sino que sabe adónde conduce la fanática creencia de que se puede reinventar al hombre. El hombre es el mismo desde que Sacristán iba en pañales. Y él ha encarnado a suficientes personajes para distinguir a Hamlet de un fantoche.