LA CLAVE
El cabreo de Wim Wenders
Los nacionalismos y los populismos vuelven a poblar Europa. ¿Está todo perdido? Quizá no, aunque la codicia y la estupidez humanas no conocen límites
Luis Mauri
Director adjunto
LUIS MAURI
El compañero Nando Salvà estuvo a punto de cabrear el otro día a Wim Wenders. Sucedió cuando el periodista le preguntó por Europa al cineasta alemán. "En cuanto pienso en Europa, entro en cólera. ¿Podemos cambiar de tema?", zanjó Wenders, no sin antes lamentarse: "Lo último que necesitamos es este auge de los nacionalismos, este afán por redefinir la idea de nacionalidad, esta propagación de ideas retrógradas sobre la cultura, la nación y la libertad (…) Europa se construyó sobre valores de tolerancia y diálogo que hoy son atacados por ideas que ya demostraron ser catastróficas en el pasado".
El concepto esperanzador de una Europa solidaria y unida surgido tras la Segunda Guerra Mundial hace aguas. El contrato social entre el capital y el trabajo que alumbró el estado del bienestar se va a pique. Había sido concebido en parte como cordón sanitario frente a la expansión comunista. En cuanto la Unión Soviética mostró sus pies de barro, en el ángulo de la derecha la democracia cristiana, uno de los dos pilares de la Europa social, empezó a ser devorada por el neoliberalismo salvaje. ¿Para qué gastar en prevenir el ataque de una fiera desdentada?
El ocaso de la socialdemocracia
En poco más de dos décadas, el colapso de la URSS, la globalización económica, la Gran Recesión, el desplazamiento del mundo desde el eje atlántico al pacífico y la crisis migratoria han hecho el resto. En el ángulo de la izquierda, la socialdemocracia, el otro pilar, ha cortado su cordón umbilical con los movimientos sociales y ha sido sepultada por su propia incapacidad para batallar en el nuevo orden por una distribución progresista de la riqueza en una sociedad abierta, solidaria y equitativa.
Europa vuelve a estar poblada por los nacionalismos supremacistas, los populismos xenófobos y los mesianismos que hace solo unas décadas creyó haber expulsado de su dolorosa historia. ¿Está todo perdido? Quizá no. Aunque la codicia y la estupidez humanas no conocen límites, un factor que nunca es suficientemente ponderado. Por eso resulta tan comprensible el cabreo de Wenders y la frustración que late en él.
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