Al contrataque
La vida en un selfi
Creo que el interés y la importancia verdadera de una persona es inversamente proporcional a la cantidad de selfis que se hace
Milena Busquets
Escritora
Milena Busquets
Que yo sepa, no existe ni un solo selfi de Kate Moss, probablemente la modelo más importante de la historia, sin duda la mujer más guapa de su época y la que durante casi tres décadas ha decidido sin pretenderlo, simplemente poniéndosela ella, la ropa (y el estilo, y la actitud) que las demás mujeres del planeta íbamos a desear imitar.
No todas, claro, algunas de mis mejores amigas no tienen ni idea de quién es Kate Moss, ni falta que les hace, y sin embargo no creo que haya ningún diseñador, a parte de Yves Saint Laurent tal vez, que haya tenido el impacto social y popular de la maravillosa británica.
Hace un par de días, Thierry Frémaux, el director del Festival de Cannes, anunció que a partir de ahora los selfis estarán prohibidos en la alfombra roja porque considera que se trata de una práctica «ridícula y grotesca» (los franceses, siempre tan precisos y mesurados en el uso de los adjetivos) que entorpece el paseo de los actores y de los demás invitados por la alfombra roja así como la subida de las famosas escaleras.
Puedo imaginar que en efecto los selfis en la alfombra roja de Cannes hayan provocado algún embotellamiento y tal vez incluso algún tropiezo en las escaleras. Hace muchos años, viví en un ático cuyas escaleras se hicieron famosas no solo porque habían sido diseñadas por mi tío Oscar, sino porque Jorge Herralde y Umberto Eco habían estado a punto de romperse la crisma en más de una ocasión al descender por ellas a altas horas de la madrugada durante alguna fiesta.
Hasta las fotos de viajes
Yo, francamente, no soy muy partidaria de los selfis. Creo que el interés y la importancia verdadera de una persona es inversamente proporcional a la cantidad de selfis que se hace. Por otro lado, mientras están entretenidos haciéndose fotos no nos dan la lata a los demás para que nos dejemos fotografiar. Recuerdo que cuando la gente no solo se fotografiaba a sí misma, siempre había algún familiar o amigo pesado insistiendo para hacernos fotos porque «dentro de unos años te hará mucha ilusión tenerlas».
Hoy en día, incluso las fotos de viajes son selfis. En algunas aparece a los lejos y fuera de foco la Torre Eiffel o la pirámide de Keops o la 'Gioconda' y en primer plano el individuo en cuestión sacando la lengua, haciendo algún gesto ridículo con la mano (de paz, de victoria o, el más incomprensible de todos, de ir a tomar por saco) o intentando resultar sexy o profundo (sexy o profundo se es o no se es, toda tentativa en ese sentido es siempre vana, ridícula y grotesca como diría Thierry Frémaux).
Hemos olvidado tal vez que la verdadera imagen de uno mismo, la que más importa, está en los ojos de la gente que nos quiere, para todo lo demás, lo mejor es recurrir a un fotógrafo profesional.
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