ANÁLISIS

El dilema del independentismo: enrocarse o ser valientes

En el pleno del Parlament de este miércoles se ha visto la fuerza recobrada de la vía intransigente de los independentistas

Votación en el pleno del Parlament.

Votación en el pleno del Parlament. / periodico

Oriol Bartomeus

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La situación política catalana ha entrado en una nueva fase. Ante la ausencia voluntaria de la política, el poder judicial, encarnado en el juez Llarena, se ha erigido en el principal actor de la parte estatal. El problema es que a los jueces les dejan hacer política sin ser políticos. Es la decisión que ha tomado Mariano Rajoy: dejar la política en manos del poder judicial. No es nuevo. El PP lo lleva haciendo desde la discusión sobre el Estatut, cuando decidió ganar en los tribunales (en ese caso en el Constitucional) lo que no podía ganar en el Congreso. Tiempo habrá en el futuro para lamentarse.

La actuación de Llarena ha vuelto a poner presión en el escenario político y ha modificado el equilibrio dentro del bloque del independentismo. Desde la campaña para las elecciones del 21-D en el interior del independentismo se han ido dibujando dos vías, una pragmática, que apostaba por superar la fase de enroque en la que vive el país desde las elecciones del 2015, y la otra intransigente, que quiere mantener la tensión política, a la espera de que esta tensión garantice al independentismo la mayoría que hasta ahora no ha conseguido, a pesar de las diversas iniciativas (9-N, 27-S, 1-O).

Desde febrero parecía que la balanza del independentismo se inclinaba de parte de los pragmáticos, pero el encarcelamiento de los líderes del 'procés' ha provocado un cambio repentino a favor de las posiciones intransigentes, que habrían visto confirmada su crítica hacia la forma en que se ha planteado el pleito catalán hasta el momento. Incluso han tomado fuerza, afortunadamente testimonial, las voces que reclaman acabar con la vía pacífica en favor de una acción más contundente («se han acabado las sonrisas»).

Este miércoles en el Parlament se ha visto la fuerza recobrada de los intransigentes. En estos momentos el independentismo se encuentra en un cruce decisivo. Debe decidir si da por acabada la estrategia que ha llevado hasta ahora o si la mantiene, o incluso le da un nuevo empuje, pasando de la desobediencia simbólica a la efectiva.

El acto más patriótico

Puede intentar aprovechar la actual situación para volver a intentar ganar el 50,1% del voto, apostando (como lleva haciendo desde el lejano 9-N) por la abducción de los 'comunes' en un «frente por la democracia» que siga teniendo la independencia como objetivo final. Sabemos dónde nos lleva esto, porque se ha probado con insistencia: estancamiento, reforzamiento de las posiciones extremas, y fortalecimiento del bloque intransigente del Estado, con el correlato de la imposible confección de una mayoría reformista.

O puede intentar algo nuevo, la vía que algunos dentro del independentismo apuntan: acabar con la excepcionalidad, recuperar el autogobierno, intentar componer un consenso realmente transversal, con una agenda que tenga como primer objetivo recoser un país que corre riesgo real de rasgarse. No sería una renuncia ni una rendición. Posiblemente es el acto más patriótico que se puede hacer ahora.