El conflicto catalán

Entre la ira y el desconcierto

Todavía hay mucha gente que se niega a reconocer que el 'procés' ha fracasado en todos sus objetivos y que, además, ese fiasco conlleva gravísimas consecuencias penales para muchos de sus líderes

Joaquim Coll

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Los altercados violentos que el domingo se sucedieron en diversos puntos de Catalunya reflejan un estado de ira. Todavía hay mucha gente que se niega a reconocer que el 'procés' ha fracasado en todos sus objetivos y que, además, ese fiasco conlleva gravísimas consecuencias penales para muchos de sus líderes. Los enfrentamientos han sido muy graves, tanto o más que el 1-O. Entonces hubo una resistencia mayormente pasiva frente a la actuación policial. Esta vez muchos manifestantes, liderados por los 'chavistas' de los CDR, han increpado violentamente a los Mossos e intentado ocupar las delegaciones del Gobierno español en las cuatro capitales.

Aquí hay que señalar la responsabilidad de los políticos y de los medios de comunicación como TV-3 porque los mensajes incendiarios tienen consecuencias en la calle. Por ejemplo, tras los encarcelamientos del viernes, la alcadesa de Girona, Marta Madrenas (PDECat), llamó a “seguir haciendo la revolución, a no perdonar nunca a los partidos que apoyan el 155, y a echar al Estado español de Catalunya”. Fue casi una incitación a la violencia, y un fiel reflejo del relato supremacista y etnonacionalista (“'nosaltres som un poble'”, repitió varias veces) que sostiene el movimiento.

Otra demostración de cinismo

El discurso de Roger Torrent, como respuesta a la detención de Carles Puigdemont en Alemania, fue otra demostración de cinismo: sus palabras son incendiarias pero en el Parlament no quiere desobedecer para evitar poner en riesgo su cargo. Es cierto que llamó a la serenidad, solo faltaría, pero se adentró en el totalitarismo cuando situó al 'expresident' por encima del Estado de derecho. Afirmar que “ningún juez tiene legitimidad para cesar ni perseguir al 'president' de todos los catalanes”, es un disparate, tanto como insistir en que los independentistas encarcelados lo son por sus ideas y no por haber cometido presuntamente graves delitos.

El problema de fondo es que el 'procés' hizo creer a una parte de la sociedad catalana, ahora muy  fanatizada, que la secesión era posible por la simple voluntad de una minoría mayoritaria, pese a tener en contra a la otra mitad de los catalanes, y que el Estado español no podría hacer respetar el orden constitucional porque estaba deslegitimado. Tras el fracaso, el refugio es el victimismo, de larga tradición política desde Jordi Pujol, y por desgracia también una intensificación de la violencia en esta fase de duelo 'posprocés'.

El separatismo va de la ira al desconcierto porque el choque con la realidad es durísimo. No hay forma ya de vivir en la ficción. Además, es víctima de sus contradicciones y errores tácticos. El fiasco de la investidura de Jordi Turull, con un discurso tristísimo, fue la plasmación de la derrota. Y con la caída de Puigdemont, tal vez por creerse más listo que el juez Pablo Llarena y el CNI, se hunden las fantasías republicanas en Bruselas. Ahora mismo los partidos independentistas buscan fórmulas para investir de forma efectiva al 'expresident' y preparan un pleno para votar resoluciones surrealistas. Al separatismo le va a costar mucho dejar de seguir dando vueltas en su noria.