LA CLAVE

El país de Peter y Murphy

La convivencia no puede edificarse sobre la represión, por supuesto, pero tampoco sobre el quebrantamiento de las leyes democráticas

Jordi Turull, antes de entrar en el Supremo, este viernes.

Jordi Turull, antes de entrar en el Supremo, este viernes. / periodico

LUIS MAURI

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La historia reciente del conflicto catalán presenta tres grandes fases, todas ellas gobernadas por las reglas de Peter y Murphy. Dos enunciados tan célebres como simples, aparentemente banales pero mortíferos cuando convergen en un punto. Incompetencia y fatalidad. 

Primera fase. El PP lanza una campaña furibunda contra el Estatut y logra que el TC lo recorte tras ser avalado por la ciudadanía, el Parlament y las Cortes. La desafección está servida, y eso anima a Rajoy. Sabe que la inflamación nacionalista maniata a los socialistas. A diferencia del PP, el PSOE es incapaz de gobernar España con una mala cosecha en Catalunya.

Segunda. La derecha nacionalista catalana halla en la independencia un señuelo para eludir la cólera social por la crisis y la corrupción. Para el PP también es un cebo de gran utilidad. Ambas partes alimentan el choque. En cinco años, el independentismo crece del 10% al 47%. También Rajoy saca su rédito: el avispero catalán incapacita a la oposición para abortar el segundo mandato del PP.

Tercera fase. Rajoy desprecia su responsabilidad de abordar políticamente el conflicto. Abdica de ella y la entrega a los jueces. Los independentistas prometen a las masas que se puede atravesar cómodamente el muro a través de un trampantojo. Enarbolan un amparo internacional inexistente y, finalmente, quiebran el Estatut y la Constitución. Los jueces dictan un escarmiento extremo e inclemente.

Cambio de paradigma

Pero el paradigma ha cambiado. El PP ya no es el primer  beneficiario en España de la tensión nacionalista. Siente en el cogote el aliento de Ciudadanos. Necesita rebajar la tensión para poder levantar el 155, condición para que el PNV le permita sacar adelante un Presupuesto con el que apaciguar a los jubilados y encarar el ciclo electoral. Y los independentistas, desarbolados por el trompazo con la realidad y el cerco judicial, se dividen entre el pragmatismo y la vuelta a la épica de ocasión.

¿Para cuántas décadas está rota ya la convivencia? Esta no puede reedificarse sobre la represión, por supuesto, pero tampoco sobre el quebrantamiento de las leyes democráticas.