ANÁLISIS

¡Basta ya!

"Han suspendido la democracia. Basta ya", dice Torrent. ¿Y no será que en democracia hemos suspendido todos?

El auditorio del Parlament, durante la declaración institucional de Roger Torrent, este sábado.

El auditorio del Parlament, durante la declaración institucional de Roger Torrent, este sábado. / periodico

CARMEN JUAN

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Catalunya se ha convertido en un Estado, pero un estado de exaltación emocional permanente, que va de la euforia a la depresión y entremedias la ansiedad, con esporádicos momentos de alivio que me hacen añorar otros tiempos.

Ahora llevo ya dos días de ansiedad, un estado en el que recaigo cada vez que veo en la tele el hemiciclo del Parlament y suena de fondo la música épica con la que en La Sexta adornan sus ininterrumpidas conexiones. Creo que se trata de reflejo condicionado a lo perro de Pavlov, tras las traumáticas sesiones del 6 y 7 de septiembre en el Parlament en que se rompió el orden Constitucional de Catalunya. Sufro una inquietud similar, cuando llegan noticias del Supremo, aparecen imágenes de las furgonas policiales, los porrazos del 1 de octubre y las ruedas de prensa de Puigdemont. Se trata de una ansiedad anticipatoria porque en esos momentos soy consciente de que lo peor está por llegar. 

Es fácil sentir tristeza, indignación, rabia, coraje, perseverancia, los sentimientos a los que alude Marta Rovira en su carta de despedida al huir del país. También tener el corazón encogido, como dijo Iceta en el Parlament. Sí, es fácil porque en Catalunya hemos vivido desde hace años una apelación directa a nuestro estado de ánimo. El 'procés' ha sido sobre todo política emocional, y el postprocés va por el mismo camino.

Tres meses sin gobierno

Es difícil exponer razones o replicar argumentos cuando ves a la mujer de Jordi Cuixart meciendo a su bebé en la tribuna de invitados del hemiciclo y se ovaciona largamente a las familias de los presos. Cuando Marta Rovira habla de la necesidad de ejercer de madre. Cuando te recuerdan que los encarcelados tienen hijos pequeños a los que no verán crecer, como le dijo Josep Rull al juez Llarena. ¿Quién puede discutir eso sin ser acusado poco menos que de ser un desalmado?

Ahora, sumida en una crisis de ansiedad generaliza tras el frustrado debate de investiduradebate de investidura y los encarcelamientos, intento recuperar el sentido y la sensibilidad para poder asimilar esta maldición de vivir tiempos interesantes. Llevamos tres meses sin gobierno, con la mayoría independentista presentando candidatos para no lograr una investidura, intentando forzar en el último momento la elección de un presidente que entrara en prisión con el cargo, políticamente desnortados, a reloj parado, divididos y sin proyecto político, debatidos entre hacer una república imaginaria -la digital ya la ha montado Puigdemont en Bruselas- o recuperar un autonomismo para muchos superado.

En esto llega el juez Llarena con sus prisiones preventivas y sus acusaciones de rebelión y vuelta al rearme moral, a la indignación en la calle, al cierre de filas unitario al grito de "No pasarán" porque el 'procés' se ha acabado pero ahora hay que presentar otra batalla, la de la dignidad, la de la democracia contra el estado totalitario y represor. "Han suspendido la democracia. Basta ya", dice Torrent. ¿Y no será que en democracia hemos suspendido todos? ¡Sí, ya basta!