Análisis

El inexistente programa de Puigdemont

Entra en escena un candidato viable, sumiso 'de facto'' pero insumiso de gesto y palabra como Jordi Turull

Carles Puigdemont

Carles Puigdemont / periodico

XAVIER BRU DE SALA

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Cuando decimos, o pensamos sin verbalizarlo, que Puigdemont no tiene programa, no nos referimos tanto a la ausencia -forzosa- de hoja de ruta independentista como a  su renuncia –voluntaria- a proseguir con el bloqueo institucional.

Si la legislatura no arranca, si se ha mantenido tanto tiempo en el limbo, si incluso se ha señalado a un candidato encarcelando, ha sido por una razón principal: Puigdemont pretendía llevar la agenda, según el principio de que el calendario político no lo marca quien quiere sino quien puede. Solo se ha salido con la suya a medias, ya que la negativa del 'president' del Parlament a poner en marcha la cuenta atrás comporta que la agenda se congele en Bruselas. Empate. Tiempo muerto. Digestión del desconcierto.

El independentismo no reconoce haber perdido este combate, aunque las normas las impone el vencedor

Lejos de clarificar la confusión, el tiempo muerto ha servido para espesarla un poco más. La tensión creada en el seno del independentismo entre resistencia y gobierno de la Generalitat bajo las nuevas normas no tiene sentido. Los gobiernos son efectivos dentro de sus ámbitos, por disminuidos que se encuentren. La confrontación, en las instituciones o en la sociedad, solo puede ser gestual. Quienes reclaman a los electos independentistas que vayan a la cárcel por desobedecer se abstienen de dar ejemplo y atravesar las líneas marcadas por los aparatos del Estado. Ingresar en prisión de diez en diez, desafiar de 10.000 en 10.000 es muy fácil. Sobra 'claque'. Faltan voluntarios.

Pingüinos y orcas

Impulsados por el imperativo del hambre, los pingüinos se reúnen en masa en el acantilado. El océano de la abundancia republicana está ahí abajo. Las orcas también. De modo que todos se empujan entre todos y luchan, no por lanzarse sino para permanecer en segunda o tercera fila. Cuando las orcas se hayan saciado de héroes imprudentes, quienes les han lanzado al sacrificio se hartarán de peces. Al parecer, el hambre de los republicanos no es tan insufrible como el de los pingüinos.

Por eso, por falta de desobedientes, el programa inicial de Puigdemont -yo presidente, vosotros presidiarios- tuvo que ser sustituido por un plan b menos ambicioso pero igualmente impracticable. Si no es posible marcar la agenda, mejor retenerla. Esta fase, la segunda, también se ha agotado. El Supremo y el mismo Jordi Sànchez han cerrado la puerta. Entra en escena un candidato viable, sumiso 'de facto' pero insumiso de gesto y palabra como Jordi Turull. El independentismo no reconoce haber perdido este combate, aunque las normas las impone el vencedor.

El programa de Puigdemont es inexistente por la sencilla constatación de que nadie dispone de programa. Los proyectos se han reducido a deseos de visibilidad. Puigdemont en Ginebra. Tabarnia por las calles. Con una diferencia. Puigdemont es el único que podría marcar la agenda y forzar elecciones. No es previsible que lo haga porque al final tendrá que soltarla, y no merece la pena arriesgarse a la ruptura del frágil cordón umbilical que le une a los suyos