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Montserrat Pascual: "Serví en casa de una cronista real de la BBC"

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zentauroepp42580501 montserrat pascual octogenaria 87 que pas su vida sirvie180319200550 / Ricard Fadrique

Núria Navarro

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Montserrat Pascual es una adorable dama de 87 años que vive en uno de los pisos del bloque municipal de viviendas Can Travi 30. Pero no hay que fiarse de la primera impresión, la de frágil ancianita con bastón. Es una mujer rabiosamente independiente que dejó la oprimente Barcelona de los 50 para ir a servir en casas de ricos de Londres. Una Elsie Hughes, pero de Collblanc, vaya.

Una decisión fuerte para una señorita. Me movió la rabia. A los 24 años entré a trabajabar como taquígrafa en una empresa sueca de acero, en la Gran Via. Un día, el jefe, un madrileño que nos hacía saludar la foto de Franco con la mano en alto, enchufó a su hija, Rosario, que no sabía taquigrafía. Cuando la empresa decidió abrir un despacho en Madrid, maquinó una prueba trampa para que la destinada a la capital fuera yo.

Podía haber buscado otra oficina. Leí en la prensa un anuncio que pedía domésticas para Inglaterra. Entré en una agencia, compré el billete de avión y a la hora de comer le comuniqué a mis padres que me iba. 

En aquella época no era lo propio. ¿Qué le dijeron? Mi madre me dijo: «¡Nena, si nunca has fregado un plato!». Y lamentó mi partida porque era muy infeliz con mi padre, un señor gandul y fiestero. Pero me fui.

¿Sola? Y sin saber inglés. Llegué a Londres el 3 de junio de 1956, con un contrato de doméstica por cuatro años. En el aeropuerto me esperaba la familia, un matrimonio judío con dos hijos pequeños que vivían en una casa en Wimbledon. A la semana se fueron de vacaciones y me dejaron sola con los niños. Duré poco. Solo tenía un día de fiesta y yo quería estudiar. Una conocida me habló de servir en el St Pancras University Hospital.

¿Viviendo dentro? Sí. Me destinaron a un pabellón pequeño y hermoso: el de infecciosos. Mis padres me dijeron que estaba loca, pero los pacientes eran muy educados. Luego me enteré que eran diplomáticos de la Commonwealth que cada seis meses se hacían un chequeo. Dos años después estuve interna en casa de matrimonio de mediana edad. El señor tenía una empresa de confección de alta calidad que proveía a la princesa Margarita. Pero ocurrió algo que nunca conté a mi familia.

Ay... Un día se presentó el señor por la tarde y me dio motivos para dejar el puesto.

Comprendo. Vi un anuncio de una familia judía adinerada que vivía en Surbiton, cerca de Hampton Court Palace. Él tenía un negocio de alimentación y ella, polaca, era una estrella de la BBC.

¿Cómo de estrella? Una vez me envió una foto que decía: "Estoy en el royal tour". Creí que era una agencia de viaje, pero resultó que seguía a la Reina en uno de sus viajes.

¿Nunca se sintió mal por ser una sirvienta interna? ¡Ah, no! Estaba a gusto. E incluso cuando los señores se mudaron a Baker Street y yo pude sacar el permiso de residencia y trabajar de mecanógrafa, la jefa me llamaba para ir al teatro, hacerle compañía durante el week end o echarle una mano cuando daba fiestas. Discutíamos sobre la familia real. A ella le gustaba Lady Di, y yo siempre fui más de la Reina y el príncipe Carlos..

Siguió viviendo en Londres, deduzco. Alquilé una habitación con cocina en Regent Park, y trabajé como mecanógrafa en British Railways, en una agencia de traductores jurados, en una naviera y en la American Duch, empresa de plataformas que Margaret Thatcher trasladó a Northampton, la cuna del calzado, cuando los zapatos de China y Corea empezaron a invadir el Reino Unido. Cinco años después, en 1987, regresé a casa. 

31 años después. Encontré Barcelona más encogida. 

¿Siempre soltera? Sí. Me gustó mucho un irlandés pero era demasiado católico para mi gusto. Había cosas que no aceptaba. He sido feliz. Lo soy. Cobro la pensión de Reino Unido que me permite ir una vez al mes a comer fuera, estudio catalán y hago ejercicios de inglés para no perderlo.

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