La escritura y la gripe, articuladas

Cuando escribo estas líneas aún no he contraído el virus de la gripe. Y digo "todavía" no porque esté previsto que la tenga que coger.

Pequeño inciso lingüístico: ¿por qué decimos que cogemos la gripe cuando es la gripe la que nos coge a nosotros? Porque si fuera yo, quien la cogiera, la dejaría ir enseguida. 

Poca broma con la gripe. Cuando escribo estas líneas tengo al lado un ejemplar de EL PERÓDCO encabezado con un titular muy llamativo: "La gripe de los 50 millones de muertos".  Se refiere a la pandemia de 1918 que originó la catástrofe más grande del siglo XX, explica Michele Catanzaro. Y Antoni Trilla, epidemiólogo del Hospital Clínic y de la Universitat de Barcelona, explica que es la más grande de las enfermedades infecciosas. Como el lector comprenderá, yo dejo a los especialistas la valoración de la gripe y los detalles de esta poderosa y expansiva enfermedad. 

Yo tengo una experiencia poco dramática de la gripe, quizá porque cuando era adolescente era la enfermedad más habitual y se le daba una relativa importancia porque no era una rareza. Fiebre alta, dolor de cabeza, ataque al pulmón... y se prohibía el contacto de los enfermos con la familia. Mis antepasados consideraban la aparición de una gripe como una especie de peaje que había que pagar para entrar en la adolescencia. Pero a menudo el precio era caro.

Mientras escribía este artículo y pensaba en la gripe, se me ha aparecido la palabra gripar. Es un vicio que tengo: a menudo, pensando en una palabra la encadeno con otras. Parece que tengo un instinto para asociar ideas que no depende de mi voluntad. De la gripe paso a gripar, que básicamente se refiere a la acción de articuclar. Se trata de manipular para que una pieza encaje con otra. ¿No es eso lo que hacemos cuando escribimos?