Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

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Hombres casados y amores románticos

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Él se enamoró de mí. Pero enamorarse no es amar. Ese es uno de los primeros mitos del amor romántico. Confundir enamoramiento y amor.

A su mujer y a su hija, sin embargo, las amaba. Sobre todo, a su hija. Sentía por ellas un vínculo muy profundo construido a través de años de convivencia. A mí, sin embargo, me conocía poco. Y me idealizaba.

A él le habían dicho que cuando uno ama no es posible enamorarse de otra persona. Otro mito del amor romántico. El amor no paraliza la disposición a sentirse atraído por otros y la fidelidad es una construcción social. Los humanos no somos una especie monógama, como no lo son la mayoría de los mamíferos.

Él creía que me amaba porque creía que la plena compenetración sexual es prueba irrefutable de amor. Es cierto que una vida sexual satisfactoria es importante en el desarrollo de una relación. Pero ni el amor es garantía de buen sexo, ni el buen sexo es garantía de amor. Ni él me amaba (aunque estuviere enamorado) ni el hecho de que su mujer hubiera dejado de atraerle sexualmente quería decir que hubiera dejado de amarla.

Él creía que me amaba porque sentía celos. Porque las noches que él pasaba junto a su esposa yo, lógicamente, seguía con mi vida, y a veces acababa en la cama de otras personas. Pero los celos simplemente son una demostración del temor a perder aquello que se percibe como una posesión. No indican amor, porque amar no es poseer.

Él creía que me amaba y no podía entender que yo le dijera que prefería seguir como estábamos. Otro de los mitos del amor romántico es que el culmen de toda relación de pareja debe ser la convivencia. Pero a veces la convivencia se hace inviable. En nuestro caso, él se había casado dos veces y pasaba una pensión muy alta a los hijos de su primera esposa. Si hubiera dejado a la segunda para vivir conmigo habría tenido que depender económicamente de mí. Y además yo no quería que mi hija tuviera que convivir con un señor que no le caía particularmente bien. Eso no quería decir que yo no estuviera enamorada de él. Estuve locamente enamorada. Y subrayo el adjetivo «locamente».

Él decía que con su mujer había perdido la magia. El sexo libera dopamina, serotonina, oxitocina, noradrenalina… por eso en el inicio de una relación sexual estable y continuada con una persona, no dormimos, dejamos de comer. Nos obsesionamos. Porque vamos drogados. Estoy segura de que sintió lo mismo cuando conoció a sus dos esposas. La dopamina está relacionada con el placer, y es el neurotransmisor que desempeña un papel importante en los juegos de azar, el uso de drogas, y también en el amor. Pero desarrollamos tolerancia a los neuroquímicos del enamoramiento y al cabo del tiempo, al igual que pasa con cualquier droga, llega la habituación. 

El amor no paraliza la disposición a sentirse atraído por otros y la fidelidad es una construcción social. Los humanos no somos monógamos

Cuando la cascada química desciende, hay muchas personas que lo interpretan como una pérdida de amor. Lo que realmente sucede es que los receptores neuronales ya se han acostumbrado a ese exceso de flujo químico y se necesita cambiar de estímulo (de persona) para seguir sintiendo lo mismo. Dejó de sentir aquello por su esposa y empezó a sentirlo por mí.  Pero dejar una relación no siempre es tan simple. Mucho menos cuando hay hijos e hipoteca de por medio.

Él decía que me amaba, y todavía dice que me ama. Está bloqueado en todas mis redes, su teléfono está en mi lista negra, pero aún se las arregla para encontrar formas de ponerse en contacto conmigo. Sigue obsesionado. No es amor, es obsesión. Y acoso. Creer que el amor es obsesivo es otro de los mitos del amor romántico.

Él creía que me amaba, pero no. Solo estaba enamorado. Cuando amas a alguien puedes entender sus inseguridades y sus circunstancias. Si de verdad me hubiera amado, habría entendido por qué, incluso estando enamorada de él, acabé iniciando una relación con otra persona. Habría entendido que yo no era esa persona perfecta que le iba a salvar la vida. Habría puesto en una balanza lo bueno y lo malo de nuestra historia y me habría amado. Porque el amor es una decisión consciente. Y desde luego, nunca me habría pegado.

«Eres una puta», me dijo, «que solo piensas en chuparla». Pues no. La verdad es que no cobro, y la chupo bastante mal.

Sigue casado con su mujer que yo sepa, y creo que es probable que sea muy buen padre. A día de hoy le veo como una víctima. Una víctima más de ese destructivo mito del amor romántico. 

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