¡Que se la jueguen!
El independentismo prometió un proyecto político que se asemejaba al Manchester de Guardiola, no al de Mourinho
Josep Martí Blanch
Periodista
Josep Martí Blanch
'República Ara' fue el eslogan de la última manifestación de la Assemblea. ¡Que se la jueguen!, resonó como una de las consignas coreadas para exigir a los políticos soberanistas la asunción de más riesgos personales y demandarles que persistan en el camino de la desobediencia y la unilateralidad. Tres días más tarde Carles Riera, diputado de la CUP, desplegaba sin contemplaciones en RAC1 sus exigencias para facilitar una investidura: más unilateralidad, más desobediencia más de lo mismo. En una entrevista en Vilaweb el diputado Quim Torra, JxCat, afirmaba que “cuando volvamos a tener un momento propicio, hemos de estar dispuestos a ser tres mil en la cárcel. Con todas las consecuencias”. Clara Ponsatí, exconsejera de Ensenyament, tampoco se anda por las ramas desde Escocia en el mismo medio: “Considero que esta reacción colectiva que hemos tenido de querer que parase el dolor de manera muy rápida, que no haya más presos, que hagan lo que sea por salir, todo esto nos sale muy caro”.
Sin aval democrático
Basta. Miren la realidad. Las elecciones, legitimadas por los partidos soberanistas en cuanto decidieron acudir a la cita, volvieron a marcar los porcentajes de siempre. No hay ningún aval democrático, como tampoco lo había en la anterior legislatura, para construir una república porque una minoría mayoritaria movilizada no es suficiente. Sí desde el punto de vista revolucionario, pero no desde el punto de vista democrático que tanto se invoca.
Dejen ya de hablar de dos millones de personas como un todo sin matices y diferencias entre ellas. Assemblea, Junts per Catalunya y CUP son una parte relevante del soberanismo, ciertamente. Pero también lo son ERC, el PDECAT y todas las personas que votaron el 1-O y volvieron a hacerlo el 21-D a opciones soberanistas para resistir, para recuperar las instituciones, pero no para convertir Catalunya en un escenario de insurrección.
¡Que se la jueguen! Pues no. No se la jueguen. Esto no es un juego. El soberanismo amplió su perímetro con un discurso optimista que traía incorporado de serie los atributos de la negociación. Si la receta que quieren prescribirnos es la de más presos y más dolor el independentismo quedará atrapado por una de sus facciones, relevante, pero insuficiente a todas luces para afirmar que su estrategia responde a un mandato ciudadano.
Catalunya no tiene estado propio, ciertamente. Pero eso no impide que ERC y PDECAT no puedan actuar acorde a lo que tradicionalmente viene en llamarse sentido de estado. Mirar al país entero y actuar según el interés general, el de la mayoría. Y el de la mayoría, soberanistas y no soberanistas, no pasa por convertir Catalunya en un campo de batalla. Bloqueen y sellen definitivamente el camino que lleva al despeñadero. Atrévanse ambos y cumplan con sus apelaciones constantes a la necesidad de ampliar la base.
Esto va de democracia, efectivamente. Pero en todas partes. También en Catalunya. Y, sí, España es un desastre y sus excesos dan para una enciclopedia. Pero no por ello debería olvidarse que aquí se prometió un proyecto político que se asemejaba al Manchester de Guardiola, no al de Mourinho.
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