80º ANIVERSARIO DE UNA INFAMIA

Cuando Mussolini bombardeó Barcelona

El Duce lanzó un canallesco pulso como muestra de su poderío ante Hitler y ante el mundo entero

Daniela Aronica

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Al tiempo que España seguía sumida en su sangriento conflicto civil, en la Europa central se consumaban hechos que acabarían poniendo punto final al precario equilibrio entre totalitarismos y democracias: el 12 de marzo de 1938, Hitler hacía pedazos la soberanía de Austria procediendo de manera unilateral a su anexión.

Ante esos sucesos, España se convertía en un escenario secundario para las potencias occidentales. Pero no para Mussolini, quien estaba tan comprometido en la guerra civil como para ver condicionado todavía su rol en el tablero geopolítico internacional por el desarrollo de esa contienda.

Fue en ese contexto cuando El Duce, minutos antes de pronunciar su discurso sobre el Anschluss, dio la orden para que se desatara sobre Barcelona el más destructivo y prolongado de los bombardeos que la ciudad padeció jamás. La irritación de Mussolini por la huida hacia adelante del aliado germano era palpaple y es plausible que ese estado anímico pesara en su decisión.

Un telegrama 'urgentissimo'

Se acercaba, además, el aniversario de la primera derrota del fascismo en Guadalajara, cuyo estigma El Duce estaba empeñado a borrar por todos los medios. Sea como fuere, ese mismo día, salió de Roma un telegrama 'urgentissimo': “Empezar desde esta noche acción violenta sobre Barcelona con martilleo diluido en el tiempo”. Es decir, con encono y con saña.

Desde las 22.08 del 16 de enero de 1938, durante 41 interminables horas, 19 trimotores de bombardeo se alternaron en los cielos de Barcelona soltando su mortífera carga sobre la población inerme. La aviación de Mussolini llevaba tiempo golpeando de manera indiscriminada numerosas ciudades de la cornisa mediterránea como medida de presión contra la estrategia dilatoria de Franco en la conducción de la guerra, por un lado, y como arma para debilitar la moral del enemigo, por otro. La propia Barcelona ya había sufrido bombardeos y, de hecho, enero había sido un mes especialmente sangriento.

Las incursiones
se encadenaron
a un ritmo hasta entonces desconocido y no parecían tener fin

Pero lo que ocurrió en marzo fue distinto. Las incursiones se encadenaban a un ritmo hasta entonces desconocido y no parecían tener fin. Dos días y dos noches en los que las alarmas no pararon de sonar. Dos días y dos noches en los que “el centro demográfico de la ciudad” estuvo constantemente en el punto de mira. Según las primeras cifras oficiales, la campaña de terror sobre la capital catalana dejó 551 víctimas mortales y más de 1151 heridos. Son cifras a la baja.

El astuto cálculo de Franco

Franco no había sido previamente informado y -en esta ocasión- se apresuró a ordenar la suspensión de los bombardeos sobre objetivos civiles. No se trató de un acto humanitario, sino de un astuto cálculo político-militar: con la coartada del miedo a las reacciones internacionales, que no tardaron en producirse, el Generalísimo reafirmó su liderazgo frente al aliado italiano.

Al Duce, en ese momento, no pareció importarle demasiado, convencido como lo estaba de que el salvajismo del bombardeo estratégico sobre Barcelona había servido como muestra de su poderío ante Hitler y ante el mundo entero.

Barcelona pagó el precio por ese cínico y canallesco pulso.