Al contrataque

Divertirse

Tal vez a las muy razonables y edificantes reivindicaciones de los últimos tiempos podríamos añadir la del derecho a la diversión. Por eso sí que me manifestaría

Oscar Tusquets presenta una exposición sobre Benidorm en la galería Ignacio de Lassaletta.

Oscar Tusquets presenta una exposición sobre Benidorm en la galería Ignacio de Lassaletta. / CARLOS MONTAÑÉS

Milena Busquets

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El otro día hablaba con un amigo arquitecto de uno de los primeros edificios que proyectaron mi tío Oscar Tusquets (foto) y Lluís Clotet en Barcelona, unas viviendas en la Avinguda de Josep Tarradellas de Hospitalet.

Mi amigo me contaba que aquel edificio le marcó y despertó en él el deseo de ser arquitecto muchos años antes de saber que era un proyecto de Clotet-Tusquets, muchos años antes de saber siquiera quienes eran Lluís Clotet y Oscar Tusquets.

Al preguntarle por qué le había impactado tanto aquel edificio me respondió: "Es divertido. Se nota que se divirtieron al proyectarlo, eso siempre se percibe y es una gran lección. Ahora sólo nos enseñan a atormentarnos, para escribir, para diseñar, para todo". 

Recuerdo que cuando era niña, tío Oscar iba a comer a casa de mis abuelos los jueves. Eran los almuerzos más divertidos de la semana. Oscar siempre contaba cosas, siempre tenía ideas, siempre nos hacía reír, siempre hacía enfadar a mi abuela. De mi familia aprendí, sobre todo, a divertirme.

Entretener al prójimo

Y tal vez también sea esa la mayor lección de mayo del 68, de la Gauche Divine y de Woodstock: divertirse. Lo cual no quiere decir tomarse las cosas a la ligera; se puede trabajar muy en serio divirtiéndose, poniéndose a prueba, haciendo ceder nuestras propias limitaciones, jugando.

La gente se ha acostumbrado aaburrirse. Por ejemplo, con sus parejas (en general no se pasa del amor al odio, se pasa del amor al tedio)

Tengo la sensación, tal vez errónea, de que en la actualidad todo lo importante se ha convertido en serio, en trascendente y en grave. Incluso los escritores olvidamos a veces que no somos más que bufones cuyo deber es entretener al prójimo.

La gente se ha acostumbrado a aburrirse. Se aburren con sus parejas, mortalmente (en general no se pasa del amor al odio, se pasa del amor al tedio), se aburren trabajando (o tal vez no se aburren, pero tampoco se divierten) y se aburren solos.  

Pero no es tolerable aburrirse, no es inevitable, no es nunca una muestra de amor. Es más bien una muestra de dejadez, una falta de respeto hacia la vida y hacia uno mismo. No sé si se puede morir de amor o de pena, lo que es seguro es que se puede morir de aburrimiento, a mí me ha ocurrido en varias ocasiones. Y matar de aburrimiento también.

Los niños se resisten al aburrimiento, protestan y se lamentan. Los adultos, en general, ceden. No siempre, claro. Recuerdo a mí madre, una mujer que hizo siempre lo que le dio la gana y que se divirtió todo lo que pudo, quejándose amargamente del aburrimiento. Pero una cosa es tolerar el aburrimiento y otra muy distinta es afirmar que es algo positivo que sirve para estimular la mente.

Tal vez a las muy razonables y edificantes reivindicaciones de los últimos tiempos podríamos añadir la del derecho a la diversión. Por eso sí que me manifestaría.