Análisis
Espías y aires de guerra fría
Las cancillerías occidentales están altamente preocupadas por las operaciones rusas
Alberto Bueno
Investigador de la Universidad de Granada y analista de Agenda Pública.
Alberto Bueno
Un oficial de alto rango vende a un servicio de inteligencia extranjero la identidad de agentes. La traición es descubierta y el espía se declara culpable. Varios años más tarde, en una terminal de un aeropuerto centroeuropeo, se produce un canje de agentes. El militar entra en el intercambio y opta por exiliarse al país con el que hizo negocios. Casi una década después, el hombre se desploma inconsciente una tarde de domingo. La exposición a una potente sustancia sintética, quizá administrada a lo largo de meses, parece ser la causa de su crítico estado. La madre patria no admite traidores, pero niega tener algo que ver con el "trágico" acontecimiento.
Esta historia, digna del mejor Le Carré, ocupa esta semana portadas de diarios e informes de inteligencia, después de que el ruso Serguéi Skripal, su protagonista, fuese encontrado en tales circunstancias en un centro comercial del Reino Unido y su biografía saliese a la luz. El Kremlin, lógicamente, niega la mayor, pero el suceso trae a la memoria el caso del expía Aleksandr Litvinenko. No hay mayores pruebas de su implicación, más allá de las conjeturas y los nada disimulados recelos.
Sin embargo, las consecuencias del atentado exceden con mucho sus circunstancias particulares. La diferencia entre Litvinenko y el actual 'caso Skripal' es que el contexto internacional ha cambiado de manera radical. Como ha señalado la investigadora del Real Instituto Elcano, Mira Milosevich-Juaristi, Rusia ha pasado de ser un "socio estratégico" para la Unión Europea a ser su "desafío estratégico más importante". Por tanto, lo que entonces solo supuso subir la tensión entre Londres y Moscú, puede ahora aumentar el enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Europea, en un lado, y Rusia, en otro.
Las cancillerías occidentales están preocupadas por las operaciones rusas en una compleja zona gris del conflicto que impide ciertamente atribuir autorías o efectos, pero que representan un desafío insoslayable. La UE y EEUU desconfían de Rusia, convencidos de que el Kremlin se ha decidido por una estrategia ofensiva y de ruptura (incluso violenta) del 'statu quo'. Rusia da por muerta cualquier relación con los otrora socios, segura de que, tras las propuestas de negociación y diálogo, solo se escondía la voluntad de minorar su soberanía.
En este conflicto, las percepciones lo son todo. Cada episodio se sitúa ahora bajo las lentes de dichas fricciones y amenazas. Los incidentes, los errores de interpretación... pueden provocar un dilema de seguridad fatídico. Todo en un momento en el que hasta Trump y Putin parecen querer entrar en una nueva carrera armamentística rompiendo la lógica misma de la disuasión -"las armas tienen que estar siempre listas, pero nunca emplearse", escribía el estratega Bernard Brodie en plena guerra fría-.
Skripal quedará ahí y su caso alimentará columnas y novelas. Nada más. Lo peligroso son esas sombras sobre el tablero. Lo peligroso son estos aires de vieja nueva guerra fría.
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