La discriminación laboral de la mujer

Desigualdad de género, ¿un problema legal?

Nos enfrentamos a un debate mucho más profundo, que implica una revolución cultural en el seno del hogar

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JOSEP OLIVER ALONSO

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La huelga del 8 de marzo de este 2018 será recordada. No tanto por su éxito, sino por lo que tiene de punto de arranque de una acción decidida contra la injusta situación en la que continúa viviendo la mitad de la población. Vistas las disparidades salariales, en las carreras profesionales, en pensiones y en otros ámbitos relativos al mercado de trabajo, esta acción solo puede merecer aplausos. Y, más particularmente, el deseo que no sea un hecho aislado y que, de la misma y de la larga marcha de las mujeres hacia la igualdad, emerjan nuevas oportunidades para ellas y, por tanto, para un mundo mejor en el que todos deseamos vivir. Si no nosotros, si nuestras hijas y nietas.

Porque soy un ferviente partidario de la igualdad de oportunidades, entre sexos y clases sociales, me permitirán una reflexión que, probablemente, va un tanto a contracorriente. Permítanme definir, primero, discriminación laboral. Existiría si un empresario, enfrentado a la decisión de escoger entre una mujer y un hombre de iguales características y habilidades, contratara al hombre porque no quisiera tener en su equipo una mujer. Eso sería discriminación pura. No creo que, en nuestra sociedad, ese sea el problema, aunque no negaré que situaciones como esta existan.

Salarios bajos, jornadas cortas

Pero el problema más relevante tiene otras raíces que esa pura discriminación. Para discutirlo desbrocemos un tanto el terreno. Primero, la mayor proporción de mujeres en trabajos de salarios más bajos y a tiempo parcial genera un sesgo femenino hacia ocupaciones peor pagadas (servicio doméstico, servicios de limpieza, por ejemplo) y a jornadas más cortas. Este último aspecto no es menor: la investigación disponible sobre diferencias salariales según sexo, reducen el 21%-23% existente en el salario agregado al 15%, aproximadamente, en el salario-hora.

El segundo, en parte relacionado con el anterior, es más sustantivo. Se trata de la evidente dificultad femenina para escalar en carreras profesionales que impliquen mayor responsabilidad y, por tanto, mejores salarios. Ahí la evidencia es abrumadora, sea la proporción de mujeres en consejos de administración o en posiciones de jerarquía superiores: en España, las mujeres son menos del 10% de los embajadores, menos del 20% de los miembros de consejos de administración o menos del 30% de los ministros.

¿Cuál es la razón última de esa dificultad? Tengo para mí que el empresario citado más arriba, enfrentado a la disyuntiva de escoger entre dos candidatos igualmente competentes, tiene en cuenta la distinta probabilidad de ausencias por problemas familiares a la hora de decidir la promoción. Una probabilidad que, lastimosamente, en España está marcadamente sesgada hacia las mujeres. Tomando ello en cuenta, probablemente acabará decidiendo a favor del sexo masculino, que estará más disponible pase lo que pase en su hogar. Si esta aproximación tiene parte de verdad, temo que las demandas de nuevas leyes a favor de la igualdad salarial tienen solo un recorrido parcial. No estoy negando que no lo puedan tener. En algunos países, algunas de las medidas adoptadas, desde la adopción de cuotas a otras medidas que favorecen la conciliación obligatoria de los dos miembros del hogar, han tenido efectos muy positivos.

Penalización a la mujer

Pero ello no oscurece el que, tras la hipotética decisión de los empresarios, yace una realidad que penaliza a las mujeres: en sus propios hogares, las carreras profesionales de sus compañeros masculinos son más importantes que las suyas propias. Si el empresario no tuviera ninguna señal acerca de quién se ausentaría en caso de dificultades familiares, lo que primaría, por la cuenta que le trae, sería el mérito de los candidatos al margen de su sexo. Lastimosamente, por experiencia sabe que, hoy por hoy, esa igualdad no existe y actúa en consecuencia. Si este es una parte sustancial del problema, nos enfrentamos a un debate mucho más profundo, que implica una revolución cultural en el seno del hogar. Al igual que en todos los procesos reivindicativos, las mujeres han de defender su decisión de seguir carreras profesionales enfrentándose a clichés que las penalizan compartidos por los miembros de su propia familia.

No creo que, en empleos exactamente equivalentes, la desigualdad salarial sea la norma. Pero sí son más que evidentes las insuperables dificultades femeninas en construir carreras profesionales, que lastran el crecimiento de sus salarios y pensiones. Por ello, a Dios rogando y con el mazo dando: mejoras legislativas, pero sin olvidar el aspecto esencial: la revolución real está en el hogar.