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Ruido y verdad

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Mikel Lejarza

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Desde que diversas revelaciones informaron de que campañas dirigidas por Rusia habían interferido en las elecciones que llevaron a <b>Trump</b> a la Casa Blanca, se ha abierto un debate sobre las nuevas formas de comunicación, y sobre el papel que ejercen las nuevas tecnologías y su uso, a la hora de incidir en la información que llega a los ciudadanos. En enero, la Harward Kennedy School dio a conocer un amplio estudio en el que mostraba con claridad que el problema está profundamente arraigado en nuestra sociedad y que Google, Facebook y Twitter están en el centro de un amplio ecosistema de servicios que permiten a otros comunicar mensajes políticos enfocados a públicos previamente segmentados, a los que es más fácil persuadir.

En pocas palabras, que hoy en día es tremendamente fácil aplicar las mismas estrategias y herramientas de 'marketing' y publicidad digital que se utilizan para vender cualquier producto de consumo, a campañas de desinformación e influencia política interesada. Y este efecto de la digitalización daña el interés público y a la integridad de la democracia.

Es tremendamente fácil aplicar estrategias y herramientas de 'marketing' a campañas de desinformación o influencia polícia  

Lo fácil sería echar la culpa simplemente a los 'hackers' que falsean la realidad. Su delito es evidente, pero el asunto es de más calado. Porque los intereses financieros que impulsan las principales plataformas de internet, y los objetivos de los defensores de la desinformación se alinean cuando ambos tratan de lograr el mayor tráfico posible de audiencia, lo que genera ingresos y beneficios para ambas partes. Eso explica, por ejemplo, que la mayor parte de la desinformación en EEUU venga de Rusia, sí, pero distribuida por medios de EEUU. Y además el problema no se puede resolver mediante bloqueos, porque la mayor parte de la desinformación está protegida legalmente por la libertad de expresión. No, no es un asunto fácil.

La mayor parte de la  desinformación está protegida legalmente por la lidertad de expresión. No, no es un asunto fácil. 

La publicidad está en el corazón de la economía de internet, y su valor estriba en acumular datos de comportamiento de los usuarios para dirigirles a ellos y a las marcas comerciales a un punto de encuentro. Nada que objetar, salvo cuando esos datos se utilizan no para vender productos, sino para manipular y engañar a los votantes. Las prácticas del 'Web Tracking' (cargar anuncios de terceros); las 'Balizas' (herramientas programadas que se insertan en una página web) o los seguimientos por la localización de los móviles permiten predecir dónde vivimos, trabajamos, qué hacemos, con quiénes estamos, qué compramos, qué nos interesa, qué establecimientos visitamos… En definitiva, quiénes somos y cómo es nuestra vida, y esta información acerca de nuestras rutinas es esencial a la hora de entregar los 'anuncios' digitales personalizados. Incluso ya hay tecnologías que permiten rastrear el seguimiento de dispositivos cruzados. La huella dactilar, por ejemplo, es en sí misma un conjunto de datos unidos directamente al navegador y al sistema operativo.

Toda esta información sobre nosotros mismos permite, a quien quiera vendernos algo, optimizar sus mensajes. Un arma de precisión extraordinaria, si de lo que se trata es de manipular. La solución pasa por desarrollar modos de discernir en las plataformas entre campañas políticas y las que no lo son; en formar ciudadanos, de hoy y de mañana, capaces de diferenciar entre información y manipulación; en apostar por el periodismo frente al ruido y la propaganda.