Los hábitos de lectura

Ventajas de viajar en taxi

Memorizamos biografías y listas de obras de escritores lo que resultó útil cuando se puso de moda el Trivial

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ROSA RIBAS

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Hay ocasiones en las que una conversación circunstancial, por ejemplo en un taxi, puede poner cosas en marcha.

Cuando te subes a un taxi, no sabes con quién estás viajando. Si lo haces sola, puede ser que el taxista, que también viaja solo, te dé conversación. Si viajas con otra persona, el taxista suele quedar excluido, pero eso no significa que no esté escuchando lo que se habla en los asientos de atrás y, a veces, interviene. El eco de las charlas con taxistas, sean entretenida o molestas, dura poco. Muchas veces, la proximidad forzosa durante el trayecto convierte en historia lo que en realidad solo era una anécdota, de modo que poco después de bajarte, lo olvidas.  

Pero hay casos en las que una de estas charlas deja huella. Y la pena es que el taxista ya está por otras calles y llevando a otros pasajeros, sin saber que un comentario suyo puso algo en movimiento.

Los exámenes en los que teníamos que señalar qué recursos literarios los hacíamos como quien resuelve crucigramas

Hace un par de meses tuve una lectura en la universidad popular en Hofheim, una pequeña ciudad cerca de Fráncfort. Se nos hizo tarde y la organizadora del evento y yo tomamos un taxi para volver. En el trayecto íbamos comentando la velada y ella me preguntó si en España también se hacían lecturas. Le dije que no, que este tipo de actos en los que el autor lee fragmentos de su texto en público no son habituales. Le comenté que tal vez porque tenemos hábitos comunicativos diferentes o quizá se debiera a que en Alemania a los niños se les suele leer libros en voz alta y por eso la capacidad de atención al texto escuchado es mayor. Por eso también los audiolibros tienen tanto éxito y en España es una forma de literatura que no acaba de cuajar.

Le comenté que lo que, en cambio, sí tiene éxito son los clubs de lectura organizados por bibliotecas públicas o librerías y le conté cómo suelen funcionar y cuánto me agrada participar en este tipo de encuentros. Creo que comparto con muchos autores el gusto por los clubs de lectura, donde, al contrario que en las presentaciones, no tengo que vender mi libro, sino que dialogo con lectores que lo han leído y me cuentan sus impresiones. Nos preguntamos entonces por qué esta forma de encuentro entre lectores no acaba de funcionar en Alemania.

"¿Me permiten un comentario?", dijo entonces el taxista, un chico de unos veintitantos años. "Creo que tiene que ver con cómo nos obligaron a leer y a hablar de la literatura en la escuela. La gente quizá piensa que tiene que hablar de las lecturas como se hacía en clase, con esos esquema rígidos y sesudos que nos enseñaron allí". El análisis e interpretación de textos que se aplica a los clásicos alemanes en la escuela resulta una táctica infalible para que la lectura se convierta en una materia árida, carne de examen, sin otro sentido que no sea la nota que se obtenga. Una vez superada la prueba, esos libros no volverán a ser abiertos y respecto a las obras o los autores lo que quedará es la expresión de fastidio al decir la frase "Sí, lo vimos en la escuela".

El placer lector

Recordé mi propia experiencia. Las lecturas no solo obligatorias sino viviseccionadas hasta la muerte. Los exámenes en los que teníamos que señalar qué recursos había empleado el autor -aquí lítote, aquí aliteración, aquí una metáfora- y lo hacíamos como quien resuelve crucigramas, sin saber qué tenía que ver todo eso con la literatura, con el placer lector. Nos aprendimos de memoria las biografías y las listas de obras de los autores, lo que resultó muy útil cuando se puso de moda jugar al Trivial. Era para salir huyendo de los libros. Quienes no los aborrecimos fuimos lo que veníamos leídos de casa. Y sentíamos que nuestras lecturas, las que disfrutábamos y compartíamos con amigos, y lo que teníamos que leer para los exámenes eran compartimentos estancos.

La experiencia de examen deja siempre una huella punitiva en la materia a la que afecta. Lo confirmó el taxista al decir que hay mucha gente que se siente tal vez inhibida y no se atreve a hablar de sus lecturas porque cree que tiene que usar términos técnicos y teme ser evaluada por la forma en que expresa su opinión.

Fue una charla a tres, intensa e iluminadora. Que podría haber corrido la suerte de otras tantas conversaciones de taxi. Pero hace unos días recibí una postal de la compañera de la universidad popular en la que me contaba que habían iniciado con éxito un club de lectura. Ahora voy por la calle mirando en el interior de los taxis, por si casualmente veo a ese lúcido taxista. Igual le apetecería unirse también al club de lectura.

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