ANÁLISIS

Inmersión en el CIS

La reactivación ideológica del Gobierno del PP ha coincidido con la publicación de los datos de la encuesta

Mariano Rajoy, al abandonar el Congreso de los Diputados en un Pleno reciente.

Mariano Rajoy, al abandonar el Congreso de los Diputados en un Pleno reciente.

José Luis Sastre

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En sus primeros cuatro años de gobierno, Mariano Rajoy aprobó cinco presupuestos. Resultó inédito, pero para qué servía si no la mayoría absoluta. Ahora que no la tiene, se propone pasar cuatro años si es preciso con los mismos presupuestos del año pasado, que se han prorrogado para este y que, a decir de Cristóbal Montoro, pueden alargarse sin fin. Antes se creía que sin presupuestos caían los gobiernos y, de hecho, Jordi Pujol hizo caer a Felipe González porque le tumbó las cuentas, pero antes se creían muchas cosas, como que las elecciones se ganaban por el centro, y ahora todas esas cosas ya no valen. Rajoy, en fin, ha hecho saber que está dispuesto a todo para mantenerse y cuando dice todo se refiere, claro, a no hacer nada.

Quizá recuerden que Rajoy, que le negó al Rey una investidura, reclamó que España saliera de la parálisis con un Gobierno. Se repitieron las elecciones y Ciudadanos, que venía de apoyar al PSOE, respaldó su candidatura. Albert Rivera era el socio y ahora el PP le llama “jefe de la oposición”. Significa que mientras la legislatura se plantea metas ambiciosas como la reforma electoral y hasta de la Constitución, los partidos son incapaces de impulsar siquiera los presupuestos. O incluso de cumplir lo que firmaron, como les sucede a PP y Ciudadanos con su pacto de investidura. Tras probar una mayoría absoluta en la que despreció los acuerdos, Rajoy se arrellanó en su minoría para afrontar el reto catalán y detener el tiempo. Y “ahí estamos”, como tuiteó el presidente tras la victoria del Real Madrid.

Algo ha ocurrido, sin embargo, porque en unos pocos días el Gobierno ha tomado algunas iniciativas. Se empeña en la prisión permanente revisable, se compromete a tramitar las leyes de la oposición, convoca a los líderes del Partido Popular y declara la guerra a Ciudadanos. ¿Qué habrá ocurrido tan de repente? ¿Será el hecho de atravesar la crisis política más grave? ¿De dónde vendrá la agitación si lo único que ha cambiado en este lapso es que se conociera la encuesta del CIS? Pero no será una encuesta la que, mientras todo está parado, azuce las batallas propicias para el PP o la que lleve al Gobierno a plantear la reforma de la inmersión lingüística en mitad de todas las excepcionalidades, sin debates ni consenso. No puede ser una encuesta, que ya dijo Martínez Maíllo que cuando reunió a la cúpula del partido “nadie, nadie, nadie” comentó “nada, nada, nada” del CIS ni de Ciudadanos. Uno no niega tres veces en balde.  

El 155 se planteó como una intervención excepcional y limitada, acotada a los términos que aprobó el Consejo de Ministros y en los que no se mentaba la política lingüística. El 155 da al Gobierno el control de la Generalitat, pero no deja al Gobierno fuera del control parlamentario ni suspende la autonomía. Es verdad que no es el Gobierno el que alarga la situación sino la disputa partidista y personal del independentismo en Waterloo, pero el 155 tenía un objetivo fundamental. Legal, no ideológico. Para saber eso no hacía falta leer el CIS, sino el BOE.