TERREMOTO EN EL ÁMBITO DE LA COOPERACIÓN

Las víctimas del 'Escándalo Oxfam'

Aunque el centro del huracán mediático está sobre la oenegé, la principal preocupación deberían ser las víctimas

woxfam

woxfam / periodico

Gemma Pinyol-Jiménez

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Estos días, lo que ya se conoce como el 'Escándalo Oxfam'  ha convulsionado a buena parte de la opinión pública europea. La mezcla de repulsa, tristeza, rabia y desilusión dificultan la reflexión, pero no deberían impedir que se trabajara con mayor ahínco para evitar que situaciones así se puedan volver a repetir.  

Primero, cabe recordar que, aunque el centro del huracán mediático está sobre Oxfam, la principal preocupación en este caso deberían ser las víctimasMujeres en situación de extrema vulnerabilidad contra las que se ejerce violencia sexual en un contexto de desolaciónMujeres violencia sexual , de las que ya no sabemos nada más. Sabemos que, al no estar informadas las autoridades haitianas de la situación, no hubo persecución penal en el país que determinara las acusaciones de abusos y explotación sexual. Pero no sabemos si ha habido algún tipo de reparación para con las víctimas, en forma de rehabilitación, indemnización o reparación moral. En el documento confidencial de Oxfam que 'The Times'  mencionó cuando destapó el caso la semana pasada, se hablaba de "cultura de la impunidad", que seguramente es la percepción con la que se han quedado buena parte de la sociedad de Haití Chad, especialmente las mujeres, sobre lo sucedido.

Segundo, es inevitable pensar que Oxfam no ha gestionado bien la situación. Porque no se informó al gobierno de Haití y se decidió resolver la cuestión de modo interno. Y porque si bien las dimisiones discretas del 2011 en el caso de Haití sí indican el rechazo y condena de la entidad por los comportamientos detectados, también demuestran una preocupación por desactivar el impacto del caso en la opinión pública. Es la sensación que se primó la discreción antes de entonar un mea culpa, lo que ha afectado más profundamente a las personas que aprecian el trabajo de la organización.

Tercero, debería quedar claro que condenar sin paliativos la acción de unos desalmados, no debería poner en tela de juicio el trabajo que, a lo largo de décadas, han llevado a cabo las personas trabajadoras y voluntarias de Oxfam. El comportamiento repugnante de unos cuantos no puede servir de excusa para condenar todo el trabajo hecho, y tampoco debería servir para que algunos aprovechen la oportunidad para disparar sin más contra la ayuda humanitaria.

Más control y protocolos

El 'Escándalo Oxfam' sí debería servir para tomar nota crítica, y establecer los mecanismos y salvaguardas que impidan, en la medida de lo posible, que situaciones así puedan repetirse; y protocolos que permitan una mayor transparencia y rendición de cuentas en el caso de que volvieran a suceder. Por un lado, es necesario revisar los mecanismos de contratación con los que se trabaja, asumiendo que la existencia de denuncias por abusos en países en crisis son prácticamente nulas: parece evidente, por ejemplo, que se debe ir más allá de la simple constatación de falta de antecedentes penales. También deben fortalecerse los mecanismos de control in situ, para evitar que la existencia de estos comportamientos abusivos se normalice y sean tolerados. Cuando las organizaciones de ayuda humanitaria gestionan recursos (en su mayoría públicos) que pueden superar los de países en vías de desarrollo, las medidas de control y supervisión deben ser extremas. Para ello, debe quedar claro que estos comportamientos no sólo no son tolerables sino que son sancionables. Y la sanción no puede ser solo de carácter corporativo: no se pueden resolver con una dimisión o un despido, sino que debe considerarse los procedimientos policiales y judiciales que rigen allí donde suceden los hechos. No a la impunidad también implica responder ante las autoridades y comunidades locales.

Por otro lado, hay que mejorar en transparencia y rendición de cuentas, que no debe entenderse solo como una cuestión económica. Trabajar para mejorar en estos aspectos, en los que Oxfam, por ejemplo, sobresale en relación con otras muchas oenegés, siempre supone un reto. Porque poner la lupa permite ver con más detalle, y no es de extrañar que aparezcan en cascada otros casos similares (como de hecho ya está pasando).

La lección aquí es no intentar minimizar el impacto público, sino pedir perdón y solidarizarse con las víctimas de modo incuestionable. Condenar y sancionar sin paliativos estos comportamientos, colaborando con las comunidades locales. Y reivindicar la necesidad de continuar trabajando para hacer del mundo un lugar un poco mejor. Porque lo complicado de estas situaciones es superar la pérdida de confianza en quiénes hacen mucho (y bien) para mejorar situaciones de extrema dureza y vulnerabilidad en todo el mundo. Hay que exigir más mecanismos de supervisión, control, transparencia y control, porque perder la confianza en la ayuda humanitaria y en el trabajo de las organizaciones sin ánimo de lucro es un lujo que el mundo no puede permitirse.