ANÁLISIS

Veteranas y pioneras de la precariedad

La brecha de las condiciones laborales entre mujeres y hombres es cada vez más profunda

Manifestación por la igualdad en Valencia, el 8 de marzo del 2015.

Manifestación por la igualdad en Valencia, el 8 de marzo del 2015. / periodico

Ricard Bellera

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La recuperación y el crecimiento económico a los que asistimos desde hace ya tres años, padecen de tres importantes déficits. En primer lugar, los beneficios de las empresas no se trasladan a los salarios ni, a través de estos, a las rentas familiares. En segundo lugar, la bonanza económica no se traduce en una mejora de la calidad del empleo, cuyos índices de precariedad son cada vez más alarmantes. Finalmente, esta precariedad tiene claramente rostro femenino, y la brecha que separa las condiciones laborales que experimentan y sufren mujeres y hombres, es cada vez más profunda.

En el último año la temporalidad masculina en Catalunya se redujo en 40.900 trabajadores, mientras que, en el caso de las mujeres, aumentó en 24.200. En el caso del trabajo a tiempo parcial, involuntario en la mayor parte de los casos, la tasa masculina bajó en un año hasta el 6,73%, mientras que la femenina se incrementó hasta el 22,16%. Las mujeres están hoy más expuestas al subempleo, a la discrecionalidad y a la explotación, y si de media tienen un sueldo que es un 24% inferior al de los hombres, son también las que más trabajan sin cobrar, por la ‘doble presencia’, pero también por realizar más horas extraordinarias no remuneradas.

La discriminación por género comporta peores condiciones laborales, y también mayores obstáculos en la incorporación e integración en el mundo laboral. Las tasas de actividad y de ocupación femeninas están 10 puntos por debajo de las masculinas, y, si la brecha se anuncia ya en el acceso al empleo, no se cierra ni al llegar a la jubilación, donde persiste la diferencia de ingresos, que se sitúa de media alrededor del 30%. Los datos claman al cielo. La mitad de la población ha padecido desde siempre de peores condiciones de trabajo y ha sido discriminada por su condición. Hoy, en pleno siglo XXI, es la más expuesta a las nuevas formas de precariedad, pero es también pionera en la lucha por superar estos nuevos desequilibrios e injusticias.

Discriminación endémica

Los rancios patrones socioculturales a los que responde la desigualdad están fuertemente arraigados. Se manifiestan en los salarios, especialmente en los más bajos, en el acceso a determinadas categorías profesionales, y, muy especialmente, en las condiciones de los sectores que conocemos como feminizados. Sorprendentemente, la atención a las personas, eso es, el trabajo con seres humanos, tiene un reconocimiento social muy inferior al trabajo con máquinas, mayoritariamente ‘reservado’ a los hombres. Este déficit se ha mantenido a lo largo de todas las revoluciones industriales, y también es endémico de esta cuarta revolución, en la que digitalización y automatización, la definen y diseñan esencialmente hombres.

Al igual que las políticas de austeridad que han sido aplicadas en el marco de la crisis, también la austeridad y la precariedad femeninas no tan solo representan una injusticia vergonzante, sino que son profundamente improductivas. Una mejora del 24,3% en las rentas del 50% de la fuerza de trabajo, no tan solo supondría un importante estímulo en la demanda, sino que facilitaría además una mayor redistribución social de la riqueza que se está generando. Por eso luchar por superar la discriminación y la desigualdad que son endémicas en nuestro mercado laboral, a través de leyes y planes de igualdad, pero también superando las trabas impuestas por las reformas laborales y reforzando la negociación en sectores abusivamente feminizados, no es hoy tan solo una cuestión de justicia, sino una prioridad social y económica por la que debemos luchar todas y todos.

Ricard Bellera, Secretari de Treball i Economia de CCOO de Catalunya.