MIRADOR

Malos lectores y lectores malos

Cristiano Ronaldo

Cristiano Ronaldo / periodico

Miqui Otero

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Andamos tan preocupados por los malos lectores que damos por sentado que no hay lectores malos. Eso es tan osado como afirmar que un adolescente que lea 'Crepúsculo' crecerá torcido, mientras que Esperanza Aguirre, que un día citó a Bertolt Brecht, es una santa.

Después de alzarse con el Goya por 'La librería', Isabel Coixet dedicó el galardón "a los que leen". Incluso vi un rato después un tuit que le atribuía la siguiente frase: "Conozco a pocos cretinos que lean". Aunque no estoy seguro de que dijera lo segundo, sí estoy en condiciones de afirmar que yo he conocido a unos cuantos que reunían ambos requisitos (por no hablar de los que además de leer escriben).

Un buen lector entiende, gracias a sus libros, que lejos de ser un elfo maravilloso es un lector malo, o, al menos, un ser humano contradictorio

Aplaudo el necesario (y en su caso sincero) homenaje a la cada vez más diezmada aldea gala de lectores, pero el matiz viene de un ensayo que en unos días publicará Blackie Books: 'Contra la lectura'. Su autora argumenta cómo los lectores, embozados en una complacencia seudomística, asociamos el hecho de leer a algo infaliblemente bueno como reciclar o reducir el consumo de carbohidratos. En el pasado, la lectura de novelas estaba tan mal vista como ahora lo están los videojuegos: "Y tal vez el miedo a los libros de generaciones anteriores no fuera menos supersticioso que la fe que actualmente depositamos en ellos, una fe que basa su poder en un brebaje de pensamiento mágico, narcisismo y nostalgia".

Ahora que Cristiano Ronaldo (ese tipo que si leyera en el bus lanzaría un soberbio gritito al acabar 'Rayuela' y haría callar al pasajero que andara trasteando en su móvil) ha comprado el edificio de la Casa del Libro de Madrid, quizás se masifique la glamurización lectora, en la línea de esas oportunistas campañas de fomento pagadas por las instituciones. Pero los libros no se leen para perder peso, sino para entender la gravedad; no se compran para ser más valientes, sino para asumir nuestras cobardías; no deberían ser un complemento vitamínico de nuestra vida, sino servir para explorar otras. En definitiva, un buen lector entiende, gracias a sus libros, que lejos de ser un elfo maravilloso es un lector malo, o, al menos, un ser humano contradictorio. Y que el orgullo no debe servir para hacer daño, sino para que no te lo hagan. No para sentirte el mejor, sino para ser mejor. Un imbécil jamás sabrá que lo es, pero un tipo que ha leído bien (las novelas entre líneas, la letra pequeña de la vida) tiene presente en todo momento que podría llegar a quedar como tal.