Dos miradas

Como palomitas

Cinco minutos después de llegar a Querétaro me hicieron sentar ante un plato de chapulines. Sin piedad. No tuve tiempo de advertirles de ninguna alergia, real o fingida

Una parada de comida mexicana especializada en tortillas de maíz.

Una parada de comida mexicana especializada en tortillas de maíz.

JOSEP MARIA FONALLERAS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cinco minutos después de llegar a Querétaro me hicieron sentar ante un plato de chapulines. Sin piedad. No tuve tiempo de advertirles de ninguna alergia, real o fingida. Y me los comí. Recuerdo una textura similar a los ganchitos, aquella cosa que no sé si todavía existe y que era un aperitivo crujiente de color naranja que te dejaba los dedos bien embadurnados. La palabra es crujiente, y el secreto, no saber que eran gusanos (o algo similar a los gusanos) o, en todo caso, no mirarlos o identificarlos mientras comías. Poco después, llegó un taco de escamoles, huevos de un tipo de hormiga que me parece recordar que también crujían y que, de hecho, no podías pensar que fueran huevos de hormiga sino una especie de golosina tirando a dulce. No probé gusanos de Maguey o ahuahutles (moscas acuáticas) o jumiles, que son chinchas de campo, u hormigas chicatanas, que son difíciles de cazar porque pican e incluso muerden, pero no descarto hacerlo algún día, ahora que ya hay directivas europeas que permiten la comercialización de insectos comestibles, en forma de barritas energéticas, caramelos, secos o deshidratados.

El secreto, decía, es pensar que se trata de otra cosa, aunque veas patas y carcasas exóticas. ¿No nos comemos las gónadas de los erizos, el interior viscoso de un caracol, el aparato digestivo del pepino de mar o el cerebro de una becada? Pues, venga, al ataque, como si fueran palomitas.