Análisis
Violencia extrema y menores, ¿mito o realidad?
Estamos en una etapa de transformación social tan profunda que supone un cambio de era. Ahora vivimos en el tránsito
Gemma Altell
Psicóloga social. Fundadora de G360.
GEMMA ALTELL
A raíz del reciente asesinato de dos ancianos en Bilbao a manos, presuntamente, de tres menores vuelve a surgir el debate sobre el aumento de la violencia de los menores. Los datos de la fiscalía de menores del 2017 desmienten este extremo. Ni en el caso de los homicidios, robos con fuerza, agresiones sexuales, ni robos con violencia -entre otros delitos- encontramos este aumento si analizamos el intervalo 2011-2016.
Es una tendencia ampliamente estudiada en la psicología social que, ante sucesos especialmente dramáticos, la opinión pública tiende a generalizar y buscar explicaciones totalizantes y, a menudo, alarmistas. Ante esto no debemos, ni mucho menos, quitarle importancia al delito pero debemos reflexionar más allá de la presión y la emoción inicial.
Hay dos tipos de argumentos fáciles que suelen esgrimirse de los que creo que hay que huir. Por una parte, pensar que las nuevas generaciones de jóvenes han perdido los valores cayendo en un análisis apocalíptico y autocomplaciente por parte de l@s adult@s o, por otra parte, pensar que estos casos dramáticos suceden solamente en entornos socialmente desfavorecidos que quedan lejos de las mentes bienpensantes.
Si bien es cierto que existen factores individuales que pueden facilitar las conductas violentas y explicar en gran parte sucesos puntuales tan escalofriantes, no lo es menos que estamos viviendo una época y contexto que suponen un cambio de paradigma y mirada del mundo. Han cambiado los códigos, las identidades, las reglas. Esto no significa una pérdida de valores sino una transformación social tan profunda que supone un cambio de era. Ahora vivimos en el tránsito.
En este tránsito tenemos que educar a nuestros hijos e hijas, pequeños ciudadan@s del mañana, en un mundo que mezcla constantemente los planos 'on line-off line' en juegos virtuales extremadamente violentos pero que, paradójicamente, tienen su traslación en guerras 'off line', reales, actuales, donde las bombas se disparan a través de un ordenador y se pierde cualquier tipo de empatía humana.
Violencia normalizada
Este panóptico que suponen las TIC ha incrementado exponencialmente la visibilidad de las violencias y las ha normalizado y frivolizado. Es el mundo que tenemos. Ni peor ni mejor que el anterior. En este contexto el modelo educativo anterior ya no es válido, justamente por la alta complejidad del reto: construir una futura ciudadanía crítica y despierta que debe ser criada y educada por una generación formada, mayoritariamente, con castigos y amenazas. Ante este escenario, la dificultad para poner límites a la infancia y la adolescencia se impone como uno de los males de nuestro tiempo.
Sin embargo, habría que añadir algo más. La Fiscalía no presenta los datos desagregados por sexos invisibilizando así otra realidad: son los varones los que mayoritariamente perpetran delitos violentos (también los menores). Otro reto: dejar de educar a los chicos varones en la violencia como sinónimo de hombría.
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