LA SITUACIÓN POLÍTICA CATALANA

El valor de los mensajes de Puigdemont

Puigdemont debe decidir. Tan preocupado de pasar a la historia, no estaría mal que reparara en qué dirá la historia de su actitud

Toni Comín y Carles Puigdemont, en Bruselas el 7 de diciembre pasado.

Toni Comín y Carles Puigdemont, en Bruselas el 7 de diciembre pasado.

JOSÉ A. SOROLLA

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La difusión de los mensajes enviados por Carles Puigdemont a Toni Comín solo ha hecho que confirmar lo que en los círculos informados era un secreto a voces: los líderes independentistas dicen en privado lo contrario de lo que proclaman en público. En este caso, además, la máxima se cumple a la perfección porque en el mismo instante en que Puigdemont enviaba los mensajes, se emitía por las redes sociales su discurso en el que instaba a la unidad y a la resistencia independentista. Es decir, el expresident daba la República catalana por finiquitada, al considerar que la Moncloa había triunfado y los suyos le habían sacrificado, al mismo tiempo que hacía un llamamiento a la continuación del procés.

La difusión de los mensajes tiene, no obstante, el valor de convertir en absolutamente público lo que hasta ahora, al menos en el caso del propio Puigdemont, el más enragé de los independentistas, era privado. Se sospechaba de muchos otros, pero quizá no del principal protagonista del enfrentamiento al límite con el Estado, el único programa y la única estrategia que ha enarbolado el “exiliado de Bruselas” desde que decidió tomar las de Villadiego o, por decirlo en catalán, huir cames ajudeu-me.

Sobre las eventuales acciones legales anunciadas por Comín, una mayoría de juristas estima que la difusión de los mensajes no constituye delito por la forma en que se obtuvieron y por el mismo contenido. Por eso asombra la toma de postura de algunos exponentes del independentismo y de sus aliados, contrarios a la publicación de los mensajes. Algunos de los que celebraron alborozados los sms de Mariano  Rajoy a Luis Bárcenas censuran ahora que se conozca lo que realmente piensa Puigdemont del momento político y llegan a calificar la difusión de “guerra sucia” en una nueva demostración de que el doble rasero está incrustado en muchos cerebros.

Enfrentarse a la realidad

¿Significa la confesión de Puigdemont que el procés o el legitimismo están muertos? Nada es seguro. No solo porque el propio Puigdemont no tardó mucho en anunciar que sigue en sus trece, sino porque los que se declaran tantas veces tan felices han tenido muchas oportunidades de volver al abatimiento. Lo que sí que está muerta es la presidencia de Puigdemont. Todo el mundo, incluido él, sabe que no será president. Ni siquiera de esa manera simbólica que ahora propone Oriol Junqueras seguramente como un paso más para ablandar el “exiliado” y enfrentarlo a la realidad.  No puede ser president porque el Tribunal Constitucional ha vetado la presidencia a distancia, telemática o por delegación, y Puigdemont no va a volver para una investidura presencial.

Si se entienden bien las declaraciones de Roger Torrent, no convocará el pleno mientras no haya garantías de elección de un president y un Govern efectivos. Solo quedan, pues, dos opciones: o se cambia de candidato o nuevas elecciones. Puigdemont debe decidir. Tan preocupado de pasar a la historia, no estaría mal que reparara en qué dirá la historia de su actitud y de que toda la política catalana se pasara más de dos meses discutiendo cosas tan peregrinas como si se podía elegir un presidente telemático o si se podía gobernar Catalunya desde Bélgica.