EL ÚLTIMO GAUDÍ DE HONOR

La Sampietro

Combativa la Sampietro, exigía, en su discurso de los Premios Gaudí, que los políticos nos devolvieran a los comediantes el arte de la comedia (el fingimiento, la farsa, la bufonada), que con tanta displicencia nos habían usurpado

La actriz catalana Mercedes Sampietro

La actriz catalana Mercedes Sampietro / periodico

JOSEP MARIA POU

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Escuchaba a Mercedes Sampietro agradecer desde el escenario su merecidísimo Gaudí de Honor y me sentía como escuchando a la mismísima Meryl Streep. O como ante Bette Davis e Ingrid Bergman, a las que Mercedes ha prestado su voz, en ocasiones. ¡Qué autoridad, qué seguridad, qué aplomo, qué elegancia, qué dicción, qué certero el análisis, qué justas las reivindicaciones, cuántas verdades, cuánta determinación, cuánto talento hay en la Sampietro

La Sampietro. Así es como llamamos en nuestro oficio a las/los grandes y singulares. Los ingleses honoran a sus actores con un Dame o con un Sir. Los franceses con un Chevalier, de sexo indiferente. A falta de semejantes, a nosotros nos basta un modesto artículo, la o el, de sexo inequívoco. Esa noche de los Gaudí, escuchando a la Sampietro, miraba de reojo a la Serrano y la Carulla, sentadas solo a un codo de distancia. Y el Sacristán, el Gas y la Peña, dos brazadas más allá. Todos asentían a las palabras de Mercedes con la complicidad que proporciona la misma guerra y el mismo itinerario. 

La Sampietro (la Sampi, en el pan nuestro de cada día) recordaba, en su discurso, sus orígenes en el teatro de aficionados, al tiempo que yo la evocaba siendo Pilar Miró y rezándole a Gary Cooper. La veía, también, por tierras de Almería recitando a José Ángel Valente, en otra película de la Miró; de hábito y toca en Extramuros; luchadora y amarga en Lugares comunes de Aristarain; luminosa hasta decir basta en el escenario del Teatre Nacional, con una Florentina que te enamoriscaba, incapaz de discernir, en el flechazo, cuánto había de Sampietro y cuánto de Rodoreda. 

Combativa la Sampietro, exigía, en su discurso, que los políticos nos devolvieran a los comediantes el arte de la comedia (el fingimiento, la farsa, la bufonada), que con tanta displicencia nos habían usurpado. No parece, a tenor de lo visto esta semana, que políticos y gobernantes estén dispuestos a hacerle ningún caso.

Lo siento, Sampi. Puede que este sea tu único fracaso.