El debate sobre la movilidad en Barcelona

El enemigo no es la bicicleta

No tiene sentido que peatones y ciclistas compitan en un espacio público dominado por los coches y su poder de contaminación

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Natalie Mueller / MargaritaTriguero-Mas

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Es probable que esto les suene de algo: Barcelona es la ciudad con la mayor densidad de tráfico de toda Europa, por encima incluso de Londres o París. Como consecuencia de ello, año tras año, superamos los niveles máximos recomendados de contaminación atmosférica, lo que hace que el aire que respiramos -el aire que respiran nuestros hijos e hijas- esté envenenado. Y mientras el principal culpable -el vehículo contaminante- sigue reinando en las calles, ahora, de pronto, hay quien intenta hacer creer que el enemigo a abatir es la bicicleta.

Cada vez disponemos de más datos sobre las consecuencias nefastas para la salud de este modelo urbano que ubica al coche en el centro, no solo por el hecho de dar lugar a un aire tóxico, sino también por el sedentarismo que lleva asociado o por el ruido que genera y que causa tanta o más enfermedad como la contaminación. Por eso cuesta entender que en lugar de dar prioridad absoluta a la calidad del aire y tratarla como lo que debería ser, una emergencia de salud pública, nos andemos por las ramas en debates que nos apartan del objetivo.

Falsa confrontación

Desde la Iniciativa de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) vemos con preocupación que se trate de presentar la problemática como una confrontación entre peatones y ciclistas, como si ir a pie o en bicicleta fuesen modos de transporte antagónicos o excluyentes. Por más que haya quien intente culpabilizar a la bicicleta de la inseguridad que sufren los peatones, es un hecho probado en muchas ciudades del mundo que cuanto mayor es el porcentaje de personas que van a pie o en bicicleta en una ciudad, más desciende el riesgo relativo de accidentalidad.

Los resultados de un estudio reciente que ha analizado 167 ciudades europeas muestran que la cantidad de personas que optan por la bicicleta para sus desplazamientos urbanos está directamente relacionada con la longitud de las vías ciclistas existentes. En ciudades como Örebro (Suecia) o Amberes (Bélgica), una de cada cuatro personas se desplaza en bicicleta. Si Barcelona, que aún cuenta con menos de la mitad de kilómetros de carril bici que estas ciudades, consiguiera porcentajes similares de ciclistas, podría evitar hasta 248 muertes prematuras al año (y esto teniendo en cuenta la accidentalidad).

Modos complementarios

En una ciudad moderna que aspire a ser mínimamente saludable y sostenible debería haber espacio para estos dos modos de transporte que son complementarios. Por lo general, se opta por desplazarse a pie cuando la distancia a recorrer no supera los tres kilómetros, mientras que la bici es el medio óptimo para recorridos urbanos de hasta siete kilómetros. Para trayectos más largos, el transporte público debería ser capaz de proveer soluciones.

Ciclistas y peatones, en realidad, integran un mismo grupo: el de la gente que practica el transporte activo. Está demostrado que cambiar el coche en favor de cualquiera de estos dos modos de transporte, o incluso combinándolos con el transporte público, produce beneficios importantes en la salud y reduce de manera significativa las probabilidades de enfermedad cardiovascular y de muerte prematura. Además, a través de uno de nuestros estudios pudimos observar que las personas que se desplazan en coche de manera habitual pesan cuatro kilos más de media que aquellas que lo hacen en bicicleta. 

Obviamente, todo esto no significa que la implementación del carril bici en Barcelona carezca de fisuras. Es cierto que no está siendo un camino de rosas. Por ello es necesario detectar y corregir los errores y diseñar una infraestructura ciclista inteligente e intuitiva que, sobre todo, no se desarrolle en detrimento de las personas que se desplazan a pie. Está demostrado que los carriles bici segregados son más seguros tanto para peatones como para ciclistas. Lo que no tiene sentido es que unos y otros se vean abocados a competir por el espacio y, mientras tanto, se siga considerando normal que la mayor parte del espacio público esté reservado al automóvil.

Peatones y ciclistas no solo comparten vulnerabilidad ante los vehículos motorizados, sino que también merecen idéntico reconocimiento público. Al fin y al cabo, cada persona que toma la decisión de desplazarse a pie, en bici o incluso en transporte público es un coche menos en la calzada y, por lo tanto, un aire un poco más limpio para todos.