Tiempos de cambio

La transición de los hechos

De la política se espera que lea la transformación de la sociedad española y la lidere con voluntad de acuerdo y convivencia

El Congreso de los Diputados

El Congreso de los Diputados / El Periódico

José Luis Sastre

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Al caer el bipartidismo, algunos comentaristas se pusieron a hablar de la segunda Transición, convencidos de que España actualizaría su modelo político e institucional. Un reset en el sistema, que daba muestras de agotamiento. Otros, más directos, reclamaron una refundación. Los diseñadores de aquel modelo, que son los ponentes de la Constitución, comparecieron hace poco en el Congreso y los tres que quedan vivos –conservadores los tres– se resistieron a que nadie cambie la ley que ellos parieron. «En España hay mucha ira», dijo José Pedro Pérez Llorca, reacio, igual que el PP, a remozar la norma.

Que hubiera una Transición en España y le dieran ese nombre no significa que otras transiciones vayan a esperar a que alguien las proclame: quizá mientras crecen los esfuerzos por negar un proceso de reforma política, esa reforma se está dando ya en los hechos. Nadie espera para vivir en su tiempo y la política corre el riesgo de llegar tarde para procurarle un relato conjunto a todas las transformaciones que viven la sociedad, las redes e incluso la propia política. Aunque no quieran verlo. Aunque les dé miedo verlo. 

Se ha ido Artur Mas y el independentismo ha comprobado lo que ocurre al saltarse unos procedimientos que, además de la ley, rechazan la mayoría de los ciudadanos. Ocurra lo que ocurra a partir de aquí, la reivindicación soberanista se sitúa en otro plano. Algunos actores emiten señales de fin de etapa y las encuestas consolidan parlamentos multipartidistas en Catalunya y en el Congreso, sin mayorías absolutas y con más inestabilidad.

Negociar aunque no quieran

Al margen de cómo aprovechen la coyuntura Ciudadanos y Podemos, es difícil que España regrese al bipartidismo, lo que aboca a los partidos a tener que negociar por mucho que no quieran. Se cruzan viejas estampas –¿qué es Rodrigo Rato sino el emblema de una época?– que se mezclan con preocupaciones nuevas, se desplieguen en la calle o en las redes, con preguntas sobre quién nos manda y desde dónde. Eso que también se llama soberanía y que tiene acepciones más amplias de las que solemos darle. No todo está en lo identitario. 

Está en marcha una transición de los hechos, que se han instalado de facto y que no tendrán marcha atrás. Eso es, al cabo, lo que define un cambio: que no tiene retroceso. La sociedad avanza, por ejemplo, en la lucha contra el machismo y la discriminación. Por lo hechos se están imponiendo rupturas con viejos usos y se estrenan costumbres desconocidas.

El asunto es si hemos salido de una crisis económica sin precedentes y la política no piensa liderar una modernización, si atravesamos una crisis territorial y hasta existencial y se interpreta que todo se arregla con el 155. Se observan desigualdades económicas, de género, sociales o tecnológicas, ¿y no habrá un gran acuerdo político para darle al reset?

Existen sectores que ignoran o minusvaloran el alcance del cambio, pero, insistamos, la transición no aguarda a que nadie la proclame. La transición se da. Lo que se espera de la política es que se reivindique, lea la transformación y la lidere con voluntad mayoritaria y de acuerdo, de convivencia. ¿Quién lo hará si no? ¿Quién nos manda y desde dónde?