Geometría variable

CDC, el Palau y el 3%

El partido que fue fortaleza inexpugnable afronta ahora el riesgo de la desbandada final

Fèlix Millet y Jordi Montull, durante el juicio del hotel del Palau, el pasado abril

Fèlix Millet y Jordi Montull, durante el juicio del hotel del Palau, el pasado abril / FERRAN NADEU

JOAN TAPIA

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Durante años Catalunya vivió en un dulce oasis en el que todo iba bien. Mandaba un partido nacionalista, pero moderado y que sabía pactar con Madrid. De centroderecha, pero pragmático. Catalunya ganaba autogobierno y la economía tiraba. Los socialistas tenían los ayuntamientos y ganaban las legislativas. Nada es perfecto, pero cuando entorpecían demasiado –Josep Maria Sala o Pasqual Maragall– el poder mediático-patriótico sacaba las uñas.

¿Era la Arcadia feliz? No, pero tampoco infeliz y se consagró la creencia de que era una de las regiones (se aceptaba el término) motoras de Europa. Por descontado más moderna que la casposa España. Pero aquel partido –que parecía una fortaleza inexpugnable– tenía puntos débiles. Uno, era la estructura leninista. Solo mandaba el jefeJordi Pujol, que se equivocaba poco, pero tenía alergia al debate interno (Roca se tuvo que ir tras no lograr ser autónomo desde el ayuntamiento barcelonés). Dos, el rumor de una financiación turbia y de mangoneo económico excesivo de la familia Pujol.

Y los fallos emergieron cuando Pujol decidió retirarse porque Maragall sacó más votos que él en 1999 y luego, en el 2003, el tripartito (con ERC e ICV) llegó a la Generalitat. Aquello, tras 23 años de dominio, no era la normal alternancia sino una herejía. Y Maragall, en un tenso debate con Artur Mas, heredero provisional de la fortaleza, dijo aquello de: «Ustedes tienen un problema, el 3%». ¡Intolerable!

Luego, en el 2009, cuando estalló lo del Palau de la Música, se rompió el velo. Había 3% y con malas compañías. Fèlix Millet, de una gran familia catalanista, saqueaba el Palau y hacía, al mismo tiempo, de cañería de fondos para CDC. Y en el 2014, con una extraña confesión, lo de la extraña familia acabó explotando.

Este lunes la sentencia del Palau confirmó lo que se intuía y sabía. Problemas de financiación ilegal los han tenido muchos partidos (y no solo en España). El PSOE tuvo su Filesa pero volvió a la Moncloa sin cambiar de nombre ni de ideología. El PP arrastra la Gürtel, que puede acabar fatal, pero sigue fiel a su marca. En el caso de CDC quizá se pecó más pues decía que encarnaba a Catalunya y su líder se vendía como el 'padre de la patria'. 

Y apostó por la huida hacia adelante. Cambiar de nombre (a mal) con el mismo líder y proclamar que el único error fue no levantar antes la estelada y tardar en reconocer que España era insufrible, una democracia de baja calidad, un Estado corrupto y un barco a abandonar. No como las ratas sino como catalanes decentes.

La autonomía del 155

Así hemos aterrizado en la autonomía del 155 y, tras una lenta instrucción de ocho años, la justicia ha concluido que el PDECat debe devolver (con sus sedes embargadas), los seis millones de los que se lucró con Millet de intermediario. Pero que quede claro, el único culpable es Daniel Osàcar, el sufrido tesorero por el que sus jefes –los que mandaban– ponen la mano en el fuego. Y si Mas dio la semana pasada otro paso al lado fue solo por el bien de Catalunya.