El radar

Pensar antes de tuitear

Ciudadanos emisores, conviene preguntarse si lo que divulgamos contribuirá al debate

Twitter ha modificado sus normas de uso.

Twitter ha modificado sus normas de uso. / periodico

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

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No necesitamos una horda de hackers rusos para convertir la conversación pública en las redes sociales en un entorno tóxico. Para eso nos apañamos la mar de bien nosotros solitos. «¿Querer que un tráiler atropelle sucesivamente a todos los miembros del Supremo es delito de odio?», se preguntaba en un tuit Toni Soler a cuenta de la decisión del Tribunal Supremo de no levantar la prisión preventiva de Oriol Junqueras. Y yo, como Soler, no sé si desear la muerte violenta bajo las ruedas de un vehículo de varias toneladas de peso de los magistrados miembros del Supremo es delito de odio, lo que sí sé es que ese tuit ayuda tanto a tener una conversación civilizada como los «a por ellos» y equivalentes. Es decir, nada. ¿Ambivalente? ¿Equidistante entre la represión y la libertad? Tan solo (aspirante a) educado. Lo cual, visto el nivelón, es de por sí casi una proeza.

Es verdad, Soler se disculpó con otro tuit, ese tipo de perdón y autocrítica (?) en la que en realidad tú quedas bien y te metes con el otro, un género al que últimamente el indepedendentismo parece haberle cogido el gustillo: «Mil disculpas. No quiero que ningún juez sea atropellado por ningún tráiler. (Discúlpame especialmente @junqueras por haber ayudado al enemigo a desviar el fuego)». Nótese, por supuesto, el uso de la palabra «enemigo»: «A per ells, oe, oe».

El procés es un perfecto ejemplo de la toxicidad de las redes, ya sea desde un lado o el otro (solo se ponen de acuerdo, al parecer, en arrearle a los que llaman equidistantes, quintaesencia al parecer de la depravación moral, política, social y, ¡ay!, nacional). Pero da igual el tema: ya sea el vestido de Cristina Pedroche, la cabalgata de reyes de Vallecas, el partido de André Gomes en Balaídos o la última gala de OT, la comunicación en red, la transmisión de la información en horizontal y no en vertical, muy rápidamente deviene no en el ejemplo de ación democrática sin intermediarios con el que tantos soñaban si no en un horror en forma y fondo.

Fragmentación de la opinión pública

Las redes sociales, en contra de lo que se confiaba cuando irrumpieron en nuestras vidas, no han enriquecido el debate social; ha fragmentado la opinión pública en pequeñas comunidades impermeables a otros argumentos que no sean los suyos, lo que contribuye  a la distribución acrítica de informaciones falsas (las ya famosas fake news) y la creencia irracional de que esa pequeña comunidad es fiel reflejo de la realidad. Twitter, volviendo al procés, es aplastantemente independentista o abrumadoramente unionista dependiendo del timeline de cada uno. La realidad, que solo puede contablizarse en votos y no en Me Gustas o retuits, es mucho más compleja, diversa, plural e inaprensible. Por fortuna. 

Ellos, nosotros

El declive de la prensa tradicional ha ido paralelo a la generalización de las redes sociales. Que el social media sea tóxico no implica que la prensa tradicional, por comparación, sea angelical. Al contrario: en muchas ocasiones los enlaces que sirven como armas arrojadizas con informaciones, titulares y portadas de prensa en la que hay una jerarquía vertical de la capacidad de emitir. La toxicidad de la conversación pública no es imputable solo a las redes, es reflejo de la consolidación del ellos y nosotros como el principal eje de la conversación pública en términos económicos, políticos, sociales e identitarios. Nosotros lo hacemos todo bien, incluso cuando nos equivocamos, somos buenos por naturaleza y tenemos nobles intenciones. Ellos solo se merecen que vayamos a por ellos (perdón por la redundancia), con memes, insultos, ridiculizaciones o tráilers (retóricos), si hace falta. Por algo son (por citar una disculpa) el enemigo.

Tradicionalmente, en ambientes crispados, se acostumbraba a pedir a políticos y medios de comunicación que se lo pensaran dos veces antes de emitir algo. Hoy cabe exigir a los ciudadanos, cada uno de nosotros un emisor, lo mismo. Es fácil, solo hay que preguntarse que si lo que vamos a tuitear va a contribuir en algo a un debate sano y a la convivencia social.