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Álvaro López Pedrosa: "Una parte de mí está en el AVE de Arabia Saudí"

Pasó cuatro años en el desierto instalando la catenaria para el tren de Medina a La Meca que acaba de completar su primer viaje

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Núria Navarro

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Álvaro López Pedrosa (Burgos, 1989), hijo de un empleado de Renfe, siempre le chiflaron los trenes. Y, ¡zas!, se convirtió en el técnico más joven del consorcio español Al Shoula que desembarcó en Arabia Saudí para construir los 450 kilómetros del AVE del desierto –el 'Haramain High Speed Rail', parecido al Talgo, pero con vagón mezquita– que acaba de completar el primer viaje entre Medina y La Meca.

¿Ha visto 'su tren' por la tele? Sí. Y siento un poco de orgullo. Una parte de mí está en ese tren.

¿Qué parte? Fui contratado por OHL para los sistemas de electrificación. Entre ellos, la catenaria.

¿Está seguro de que no se lo va a tragar la arena? Seguro. En vez de una vía de balasto, se ha hecho de hormigón –vía en placa, se llama–; se han puesto al Talgo sopladores de arena, y se han levantado muros y vaguadas para recogerla. Yo monté en una prueba de los primeros 300 kilómetros [en el vídeo, aparece en la última fila, a la derecha] y no hubo problema.

Era casi un crío cuando se fue para allá. Tenía 23 años. Había acabado Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos, el empleo en España estaba fatal, salió la oportunidad y no me lo pensé. Fui el primero de mi empresa en llegar. Estuve dos o tres meses solo.

¿Sabía en qué se metía? La verdad es que no. Solo salir del aeropuerto ya me impactó ver a indios y pakistanís vestidos como los talibanes en la guerra de Afganistán. Al principio estuve en las oficinas que el consorcio tenía en Jeddah, pero la obra, entre Jeddah y Medina, estaba a 20 kilómetros de una autovía. 

En medio de la nada. Solo desierto rocoso, a 50 grados en algún tramo y sin sombra alguna. Cuando se desataba una tormenta de arena, hubo momentos en que me sentía Lawrence de Arabia. Entre junio y septiembre está prohibido trabajar entre las 12 y las 16 horas, así que se empezaba a primera hora y se seguía de noche.

¿Y así cuatro años? Sí. Colocamos el primer poste de catenaria en agosto del 2013. Cada dos meses y medio volvíamos a casa. De lo contrario, te quemas. Un 20% no lo aguantó y regresó definitivamente. En Arabia Saudí no hay bares, ni cines, ni teatros. A la hora del rezo todo se paraliza y te pueden dejar encerrado en un súper. Yo aguanté porque estaba soltero y el proyecto era muy interesante.

Interesante pero endemoniado. Sí. Primero, porque se trataba de hacer 450 kilómetros de la nada, pero también porque dependías de ellos en la logística y el suministro de materiales. Hubo que armarse de paciencia, perseguir a los proveedores, pelear en las aduanas. Pensaba: "Si conseguimos terminar esto, podemos hacer cualquier cosa en cualquier parte".   

¿Les trataban bien? Al ser expertos occidentales –y más aún, si les hablabas del Madrid o del Barça– caímos bien. Nos dieron alojamiento, vehículo y viajes a España. Pero los pakistanís, indios y filipinos estaban en un regimen de semiesclavitud. Les hablaban sin mirarles. Alojaban a 10 en contenedores de cuatro, tenían un baño para 100 y si uno moría, ni siquiera paraban la obra.

¿Tuvo miedo a un ataque de Al Qaeda? Al Qaeda anunció que la infraestructura era uno de sus objetivos y nos dieron charlas aconsejándonos que mantuviéramos un perfil bajo. A veces, cuando entraba en zonas destartaladas de la obra, pensaba: "Como falle el coche, me puede pasar cualquier cosa". Pero no tuve miedo.

Apuesto a que su madre sí. Ya sabe, las madres... Encima empezó la guerra de Arabia con Yemen, a 600 kilómetros de donde estábamos. Aunque era más probable que falleciéramos en un accidente, la primera causa de mortalidad del país.

¿Volvería a repetir? No, pero me alegro de la experiencia. Aprendí mucho.

Y encontró esposa. En una de mis escapadas para oxigenarme, viajé a Sry Lanka y conocí a Navoda. Ahora vivimos en Tel Aviv, donde trabajo en otro tren.