Independentismo catalanista

Una parte del soberanismo ha recibido con alborozo la idea de Tabarnia lo que significa en la práctica renunciar al catalanismo

puigdemont nuria marin

puigdemont nuria marin / periodico

ALBERT SÁEZ

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Desde el año 2012, el vector hegemónico en el soberanismo catalán ha sido el de considerar que el independentismo es una evolución natural del catalanismo. Con ese argumento, las bases y la dirección de la antigua CDC se arrastraron mutuamente hacia el soberanismo, primero, y hacia el independentismo, después. Tal ha sido la fuerza de ese movimiento que Unió, hasta el 2015, y el PSC, hasta el 2014, dudaron de la necesidad de dar también ese paso. Mientras, el anticatalanismo tradicional reforzó esa continuidad con la teoría del suflé y de la huída hacia delante de Mas para tapar sus vergüenzas y las del pujolismo. Finalmente, las elecciones del 21-D han marcado un punto de inflexión. La victoria en votos y en escaños de Ciutadans, con un discurso salteado de un tímido catalanismo por oposición al independentismo, no ha significado el final de ningún suflé sino más bien su consolidación entorno a tres candidaturas: la de Puigdemont, la de Esquerra y la de la CUP, avaladas por una convicción a prueba de traslados de empresas del electorado, pero carentes de un proyecto viable con las actuales mayorías. 

En este contexto, ha surgido la ocurrencia de Tabarnia. Quienes la alientan y la jalean desde las portadas de diarios de referencia se nota que no han pisado mucha calle. La realidad es que ciertos barrios degradados de El Vendrell o de Reus tienen menos que ver con el Eixample de Barcelona que con el barrio viejo de Vic. Tabarnia no pasa de ser un acomodo electoral para perdedores, pero de cosmopolita y abierto tiene más bien poco. Pero, curiosamente, Tabarnia ha despertado también un inusitado interés entre destacados pensadores independentistas, como Agustí Colomines o Enric Vila, que han debatido con entusiasmo sobre la idea de Tabarnia, de la misma manera que el ultra Miró Ardévol defendía que las escuelas públicas no sirvieran cerdo para que exigir después que cumplieran con la cuaresma católica.

Dicen que la única manera de salir del actual atolladero es "hablar claro", reconocer que Catalunya no es un solo pueblo "nacionalmente hablando", que hay que recuperar como en otros lugares de Europa el debate sobre lo "étnico" y "redefinir la catalanidad para vincularla a la lengua" tras el fracaso (sic) de la inmersión lingüística. Si este giro argumental se consolida, los inventores de Tabarnia habrán conseguido en cuatro días lo que el españolismo más rancio llevaba cinco siglos intentando sin éxito: reducir catalanismo a la defensa de una minoría étnico-lingüística en lugar de considerarlo como lo que ha sido, un movimiento cívico, de cohesión social, de progreso económico y de regeneración democrática. Redefinir la catalanidad en el contexto actual, ¿qué puede querer decir? ¿Adaptar el demos a los votantes independentistas de manera simétrica a lo que pretenden los de Tabarnia con los que no lo son? Seguramente no es eso lo que tienen en la cabeza quienes lo han escrito.

Si el independentismo renuncia a sus raíces catalanistas corre un cierto peligro de alinearse con lo peor del nacionalismo español y europeo. Esperemos que la estación flamenca sea temporal y no definitiva. Por suerte, Carod-Rovira ya ha salido rápidamente al corte y ha recordado la idea de nación dinámica frente a la estática.